En Playa de Talamanca ha estrenado La Vanda, un espacio que sus impulsores definen como “casa de invitados” más que como restaurante. La idea es sencilla y, a la vez, muy ibicenca: abrir desde el mediodía hasta la noche, con un ambiente que cambia con la luz —distendido a la hora del arroz, íntimo cuando se encienden las farolas de la bahía— y una música que invita a alargar la sobremesa en torno a su piano bar.
De Valencia al Mediterráneo más pausado
Detrás del proyecto están José Miralles y Hugo Sánchez Cerverón (fundadores del grupo valenciano Mercabanyal) y Manu Broseta. Tras experiencias en Valencia como La Alegría de la Huerta, Módulo 14 o el propio Mercabanyal —espacio que reactivó el barrio del Cabanyal—, La Vanda es su primera aventura fuera de la Comunidad Valenciana. Su punto de partida en Ibiza: recuperar esa Isla serena, sin estridencias, que muchos residentes echan de menos.
¿Por qué “La Vanda”?
El nombre juega con dos ideas: la lavanda (planta que querían integrar en el entorno) y “la banda” como grupo de amigos. No es un guiño cualquiera: resume su vocación de comunidad. En menos de un mes, aseguran, han fidelizado clientela local, algo poco habitual en verano.
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Cocina clara, producto cercano y algún capricho viajero
La carta se mueve en coordenadas mediterráneas y de temporada, con el mar como protagonista. Los pescados a la brasa marcan el ritmo, pero conviven con apetitosos “desvíos” bien traídos: lobster roll con brioche tostado o smash burger con salsa de la casa.
Entre los platos más celebrados, la tortilla de gamba roja con huevo payés se ha ganado un lugar propio, lo mismo que los arroces en llanda, el pulpo a la parrilla o el carpaccio de gamba roja. Para el picoteo con amigos, hay clásicos sin disfraces (ensaladilla, bravas) y una selección de bikinis —del brie trufado al wagyu— que funcionan en cualquier hora. De postre, sencillez con carácter: Key lime pie al estilo Florida o torrija hojaldrada con helado de vainilla.
La barra mira la «hora dorada»
La coctelería llega con recetas de autor, ingredientes trabajados en casa y una puesta en escena que entra sola cuando el sol cae sobre la bahía. Es ese momento de brindar mirando al mar y pensar —como dicen en su Instagram, pero con otras palabras— que a veces lo mejor no estaba planeado.
Un salón con alma payesa y un piano centenario
El interior conserva la esencia de una casa payesa: madera, piedra, lino, cerámica y tonos tierra que dialogan con el azul del agua. Un piano restaurado de más de 100 años preside el espacio; una pared de cuadros y la vegetación aportan frescura y memoria. Fuera, la terraza ofrece vistas abiertas a Talamanca y un ritmo más lento.

La atención en sala es parte del concepto: cercana, profesional, sin rigideces. Hay parking cercano y, para completar el plan, hamacas; además, el equipo estudia ampliar este servicio en una parcela anexa de 1.500 m² con zona wellness y programación musical íntima (más acústica que electrónica) y la posibilidad de abrir todo el año.
Menos ruido, más isla
La Vanda no compite por el ruido; compite por el recuerdo. Comer sin quitarse la sal de las manos, un cóctel que apetece repetir, bailar alrededor del piano aunque no te sepas la letra, y esa sensación sencilla de “qué suerte estar aquí”. Es el tipo de lugar que busca hacer hogar en una zona donde lo efímero suele ganar la partida.