No vino a Ibiza a bailar en Amnesia ni a dejarse la nómina en las discotecas de moda. Llegó con lo puesto, un perro que no podía dejar solo, una caravana vieja y la idea fija de ahorrar a cualquier precio. Lo suyo no era el glamour de la isla, sino la supervivencia.
Durante cinco veranos se buscó la vida como pudo: encadenó trabajos formales al volante de un autobús, chapuzas de pintura en urbanizaciones y hasta actividades al margen de la ley que hoy relata con cierta sorna en su canal de YouTube. Todo valía con tal de rascar unos euros.
El balance, al cabo de esos años, fue tan insólito como real: 51.000 euros en el bolsillo, fruto de jornadas interminables, litros de sudor y no pocas noches de dormir mal en un vehículo que se convertía en horno bajo el sol ibicenco. Con ese dinero se compró un autobús que convirtió en vivienda rodante y parte de una finca en la península.
Sin embargo, la advertencia del youtuber es clara: en Ibiza hay trabajo de sobra en verano, pero sin vivienda asequible es casi imposible quedarse. Relata que él pudo sobrevivir gracias a su caravana primero y después a un autobús convertido en vivienda, pero advierte que hoy esa fórmula sería inviable.
Los controles policiales a campers y caravanas son cada vez más estrictos, los vecinos desconfían y denuncian rápido, y la isla sufre una carestía crónica de alojamiento, donde una cama en habitación compartida no baja de 700 euros. A eso se suman el calor extremo en los vehículos y la falta de agua, que hacen aún más dura la vida de quienes intentan buscarse la vida desde la precariedad.
Un plan marcado por el perro y la caravana
“Un coche cerrado se pone a 80 grados; es criminal”, recuerda. Tras separarse, no podía dejar al perro solo y tampoco podía pagar un alquiler mientras seguía abonando la hipoteca de otra vivienda. La primera solución fue improvisada: una caravana enganchada a un Mercedes 300 atmosférico de seis cilindros, siempre asegurada y lista para moverse.
Durante tres veranos vivió así, trabajando lo que encontraba y buscando ingresos donde se abría una rendija. El ferry desde Valencia le costaba unos 500 euros ida y vuelta, una fortuna para alguien que llegaba con lo justo y la obsesión de salir con los bolsillos llenos.
El salto a un autobús de desguace
El gran cambio llegó cuando compró un autobús por 12.210 € en un desguace. Lo condujo hasta Madrid con un seguro por días y lo homologó como vivienda-vehículo. Con reformas sucesivas y mucho trabajo, invirtió en total 48.000 €.
El objetivo era práctico: cuantos más metros, más paneles solares en el techo y, con ellos, la posibilidad de instalar aire acondicionado. Todo pensado para que su perro pudiera estar fresco mientras él trabajaba.
Pedro, el pintor y el boca a boca
En Cala Bassa se cruzó con Pedro, un pintor madrileño. El trato fue sencillo: cinco horas por la mañana, 50 € al día y pago por adelantado. “Con calor no se puede pintar por la tarde”, recuerda. Mientras, el perro esperaba a la sombra, atado a una barandilla.
Ese trabajo fue la puerta de entrada al boca a boca: encargos pequeños en furgonetas, instalaciones improvisadas de placas solares, arreglos de electricidad. “En Ibiza hay trabajo; lo que no hay es vivienda”, resume.
El Mercedes de aceite usado y las propinas del autobús
No todo fueron chapuzas de pintura o ventas improvisadas. El protagonista llegó a recorrer Ibiza con un viejo Mercedes al que alimentaba con aceite reciclado de freidoras. Con un gancho y un colador comprado en un bazar, rescataba garrafas de los contenedores, las filtraba y llenaba el depósito como si fuera gasoil.
El ingenio le ahorró cientos de euros en combustible, aunque cada trayecto era una apuesta a que el motor resistiera.
Más tarde, cuando consiguió un empleo formal como conductor de autobuses, siguió exprimiendo al máximo cada jornada. “Me lo curraba para ganar propinas”, admite. Y es que, además del sueldo fijo, aprendió a sacar un extra con su trato cercano a los pasajeros. En esas monedas adicionales estaba buena parte del colchón que acabaría convirtiéndose en miles de euros ahorrados.
La cocina como segunda nómina
A mediodía encontró otra fuente de ingresos. Como cocinaba para sí mismo, ofreció preparar perolas de comida para otros obreros. Ellos ponían la compra, él la mano de obra. Pronto a las dos de la tarde salía en coche a repartir platos. Era modesto, pero constante.
El ahorro se completaba con la gasolina reciclada: usaba aceite de freidora recogido en contenedores, filtrado con un colador barato. “Me ahorré mucha pasta en gasolina, porque ese Mercedes tragaba lo suyo”, recuerda.
Benirràs y Sant Jordi: éxito efímero y línea roja
El primer día en Benirràs sacó 350 € en quince minutos vendiendo mojitos con una neverita. El éxito duró lo que tardaron en prohibir la entrada de coches y reforzar la vigilancia policial. Fue la confirmación de que la economía de supervivencia en la isla siempre era efímera y vigilada.
En el mercadillo de Sant Jordi comprobó la otra cara. Turistas que compraban sin mirar y abandonaban ropa nueva en las maletas; temporeros que recogían electrodomésticos casi a estrenar para revenderlos. “Llegué a ver una lavadora con el tornillo del tambor todavía puesto”, asegura.
La imagen resume la paradoja: en Ibiza se tira lo que otros necesitan para sobrevivir.
Jornadas infinitas y cuentas claras
Con el tiempo llegaron los empleos formales. Fue monitor escolar con ALSA por la mañana y conductor de Aerobuses hasta la una de la madrugada. Dormía a ratos, en cabinas, entre turnos. Las fiestas se limitaban a barbacoas en la playa con amigos.
El objetivo no cambió: ahorrar. En cinco veranos, trabajando cinco meses cada uno, reunió 51.000 euros. Con ellos pagó el autobús y parte de una finca. “Fui a Ibiza a ahorrar, no a salir de fiesta”, repite.
Lo que era posible, pero lo que ya no lo es
Su testimonio pertenece ya a otra época. En el verano de 2025, el Consell de Ibiza puso en marcha un sistema pionero que limita la entrada de vehículos en temporada alta. Las navieras deben remitir las matrículas y las caravanas y autocaravanas se han convertido en objetivo prioritario de inspección.
Hoy, pernoctar fuera de campings autorizados supone multa inmediata. Las ventas ambulantes en playas o mercadillos están mucho más controladas. Lo que antes era una cuerda floja entre necesidad y alegalidad ahora es una línea roja infranqueable. “No volvería a trabajar allí”, admite.
Una vida hecha de euros contados
El autobús rojo, convertido en vivienda, es la prueba de que la austeridad y la tenacidad pueden rendir frutos. Ahorrar 51.000 euros en cinco temporadas en Ibiza no fue un milagro, sino el resultado de jornadas infinitas, ingresos fragmentados y renuncias constantes.
Su historia no es una guía ni una receta: es la crónica de un buscavidas que usó la isla como escenario para un objetivo concreto. Ibiza fue, para él, un lugar de paso. Pero en la Ibiza actual, su método es – o debería ser- ya imposible de repetir.