El mundo de la música despide con pesar a Robe Iniesta. Su agencia de representación anunció este miércoles su fallecimiento, a los 63 años, poniendo fin a una carrera que definió buena parte del rock en España. En el comunicado, difundido por su sello y su entorno más cercano, se referían a él como “el maestro de maestros”, “último gran filósofo, último gran humanista y literato contemporáneo de lengua hispana” y al cantante cuyas melodías “han conseguido estremecer a generaciones y generaciones”.
La noticia ha sorprendido al sector musical y cultural. Robe llevaba alejado del foco mediático desde noviembre del año pasado, cuando tuvo que cancelar la parte final de su gira Ni Santos ni Inocentes, tras sufrir un “tromboembolismo pulmonar”. Aunque aquella fue una crisis grave, muchos esperaban su recuperación. Sin embargo, hoy su muerte marca el cierre definitivo de su voz y su presencia en los escenarios.
Una voz irreverente que no conoció la moderación
Robe Iniesta no fue nunca un artista políticamente correcto. Su rebeldía formó parte del sello de identidad de Extremoduro, la banda que lideró y que, junto a él, alcanzó la categoría de leyenda del rock español. Su forma de entender la vida y la música combinaba crudeza, sinceridad, mala leche, poesía y una libertad estética que pocos se atrevían a reivindicar. Él resumía su filosofía con brutal honestidad: «Solo vivo provisionalmente».
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En 1997, lanzó un disco que tituló sin tapujos: Iros todos a tomar por culo, un grito de rabia e inconformismo universal que, insistía, no estaba dirigido a nadie en particular sino a “todo el planeta entero”. Esa osadía, esa transparencia, le granjeó detractores incluso en su propia tierra, Extremadura, pero también le ganó una legión de seguidores que se identificaban con su forma de vivir y de cantar.
A lo largo de más de treinta años, su guitarra y su garganta rasgada no pretendían ser comerciales. Pretendían ser reales, un eco del alma del descontento, de la angustia, del deseo y del desamor. Un canto crudo, duro, visceral.
Un legado inmenso: discos, canciones y respeto entre músicos
El legado de Robe Iniesta se mide en discos, en canciones, en noches de rock, pero también en influencia. Con Extremoduro firmó 14 álbumes que hoy ya son clásicos: desde himnos crudos y directos como So payaso, Salir o Deltoya, hasta piezas más profundas y maduras como Ama, ama, ama y ensancha el alma o La vereda de la puerta de atrás.
Tras su paso con la banda, en su etapa en solitario dejó trabajos como Mayéutica, con el que exploró su propio universo creativo, y canciones como El poder del arte, que su última formación estrenó como despedida simbólica.
Su huella artística también se aprecia en generaciones de músicos que lo admiraron sin complejos. Bandas como Marea, Platero y Tú, Reincidentes, Estopa o Tu Otra Bonita lo citan como referente absoluto. En palabras de Kutxi Romero (Marea): «Yo cambiaría todas mis canciones por solo dos o tres de las que ha hecho Roberto Iniesta. Siempre».
La crítica y las instituciones también valoraron su trayectoria: en 2024 recibió la Medalla de Oro a las Bellas Artes, un reconocimiento oficial a su aportación a la cultura, justo en pleno apogeo creativo.
Más allá del estereotipo: un artista complejo, humano y lleno de contradicciones
La vida de Robe no fue un camino de rosas. No ocultaba su pasado turbulento: hablaba con naturalidad sobre sus adicciones, su relación con las drogas y cómo estas experiencias le ayudaron, paradójicamente, a crear. Admitía que esos años intensos “contaban por siete, como los años de perro”. Esa honestidad brutal le convirtió en una figura de culto, pero también le costó críticas, censuras y exclusiones mediáticas.
Su obra no buscaba agradar: buscaba conmover, sacudir, arremeter contra lo cómodo y lo complaciente. Esa actitud le convirtió en voz de muchos que no encontraban espacio en lo convencional.

Pero también dejó patente una evolución artística: con el paso del tiempo, sus letras se volvieron más reflexivas, más poéticas, más humanas. Pasó de la provocación cruda a la introspección, de los excesos a la honestidad dolorosa, del grito al susurro. Su final artístico fue un canto a la vida, al arte, a la búsqueda, al dolor convertido en canción.
El adiós en medio de otra pérdida del rock español
La muerte de Robe Iniesta llega apenas un día después del fallecimiento de otro gigante del rock nacional: Jorge Martínez, líder de Ilegales. Dos golpes duros en menos de 48 horas al panorama musical, que dejan huérfana a una generación de rockeros que defendieron una música sin concesiones.
La coincidencia intensifica el impacto mediático y emocional: hoy, muchos se verán obligados a revisar su discografía, sus recuerdos de conciertos, sus noches de juventud, su rebeldía adolescente.
Una despedida pendiente y un legado que trasciende generaciones
En los próximos días, la familia y el equipo de Robe Iniesta anunciarán los detalles del homenaje oficial, que se celebrará en su ciudad natal, Plasencia (Cáceres). Será un acto de reconocimiento, despedida y celebración de una vida entregada al rock, a la poesía, al desorden y al arte.
Mientras tanto, su obra, esa “obra maravillosa, llena de valores humanos”, en palabras de quienes lo despiden, quedará como legado. Un legado para quienes crean, para quienes sienten, para quienes aman la música auténtica.











