En medio del recogimiento del Jueves Santo, la ciencia ha ofrecido su propio misterio revelado. Astrónomos de la Universidad de Cambridge han identificado señales químicas en la atmósfera de un planeta lejano que podrían estar asociadas con procesos biológicos. Las observaciones provienen del telescopio espacial James Webb y representan, según los investigadores, la evidencia más sólida hasta ahora de una posible actividad biológica más allá del sistema solar.
El protagonista es K2-18b, un exoplaneta ubicado a 124 años luz, en la constelación de Leo. Tiene unas dimensiones muy superiores a las de la Tierra —8,6 veces su masa y 2,6 veces su diámetro— y se sitúa en lo que se conoce como “zona habitable” de su estrella, una región donde la temperatura podría permitir la presencia de agua líquida.
DMS y DMDS: las huellas invisibles de una posible vida lejana
Los instrumentos del James Webb han detectado sulfuro de dimetilo (DMS) y disulfuro de dimetilo (DMDS) en la atmósfera del planeta. En la Tierra, estas moléculas están íntimamente ligadas a la vida: el fitoplancton marino las produce como parte de su metabolismo, generando el aroma característico del océano.
La posibilidad de que existan estas mismas moléculas en un mundo tan distante ha elevado el nivel de interés: los astrónomos no conocen ningún mecanismo químico no biológico que explique su presencia en esas condiciones. Aunque aún no se puede afirmar que se trata de un hallazgo definitivo, la comunidad científica ya lo considera el indicio más robusto conocido hasta la fecha de que podríamos no estar solos.
Un planeta oceánico que ya era sospechoso
K2-18b no es un recién llegado al radar de la astrobiología. En 2019, gracias al telescopio Hubble, ya se habían detectado señales de vapor de agua en su atmósfera. Más recientemente, también se identificó la presencia de metano y dióxido de carbono, reforzando la hipótesis de que podría tratarse de un planeta “hyceano”: un tipo de mundo cubierto de océanos y envuelto en una atmósfera rica en hidrógeno, considerado uno de los mejores candidatos para la vida.
Esta nueva detección refuerza las sospechas. Las concentraciones de DMS y DMDS medidas son miles de veces más altas que las que existen en la atmósfera terrestre, lo que plantea una pregunta crucial: ¿hay algún otro mecanismo natural que pueda generar esas cantidades, o estamos ante un proceso biológico?
De la observación al descubrimiento: el largo camino de la confirmación
Los datos que han permitido este análisis proceden de varios instrumentos del telescopio James Webb: NIRISS, NIRSpec y, más recientemente, el MIRI, que opera en el infrarrojo medio. Según los científicos, el análisis ha alcanzado una significación estadística de tres sigmas —equivalente a una probabilidad del 0,3% de que el resultado sea fruto del azar—. Para que se considere un descubrimiento científico formal, será necesario llegar a cinco sigmas.
Los investigadores creen que entre 16 y 24 horas adicionales de observación con el James Webb podrían ser suficientes para alcanzar ese umbral. “Si confirmamos que hay vida en K2-18b, estaríamos demostrando que la vida podría ser común en la galaxia”, ha señalado Nikku Madhusudhan, líder del equipo de Cambridge.
¿Un momento histórico para la humanidad?
El hallazgo ha sido descrito como un “posible punto de inflexión” por los propios científicos. Si bien se insiste en mantener el escepticismo y la prudencia, hay un reconocimiento de que este tipo de señales son las más prometedoras jamás captadas en la búsqueda de vida fuera de nuestro planeta.
“Puede que estemos asistiendo a un momento histórico”, dice Madhusudhan. “Quizás dentro de unos años miremos atrás y reconozcamos que fue entonces cuando el universo viviente comenzó a revelarse ante nosotros”.