Aunque muchas personas asocian el acné con la adolescencia, un porcentaje cada vez mayor lo sufre ya de adultos. Saber identificar los detonantes, elegir los cuidados adecuados y buscar apoyo profesional marca la diferencia.
¿Por qué aparece el acné en la edad adulta?

En gran parte se debe a cambios hormonales que no terminan al salir de la adolescencia: fluctuaciones ligadas al ciclo menstrual, al uso o cambio de anticonceptivos, al embarazo o a la menopausia, por ejemplo.
El estrés también juega un papel crucial: incrementa los niveles de cortisol, lo que puede generar más producción de grasa por parte de las glándulas sebáceas. A eso se suman factores externos como contaminación, cosméticos comedogénicos (que obstruyen los poros) o productos agresivos para la piel.
Tipos de granos comunes en adultos y diferencias clave

No todos los brotes son iguales. Algunos granos que suelen verse en adultos incluyen:
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Granos inflamatorios profundos: dolorosos, rojos, con pus interno, más propensos a dejar marcas.
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Brotes hormonales: suelen aparecer antes de la menstruación o variar con los cambios hormonales femeninos.
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Acné cosmético: derivado del uso de cremas, maquillaje o productos para la piel que no dejan “respirar”.
Reconocer qué tipo de granos tenés ayuda a elegir el tratamiento correcto y evitar empeorar el problema o incrementar la posibilidad de cicatrices.
Lo que sí conviene hacer

La limpieza diaria es fundamental para controlar el acné en la edad adulta: usar un gel limpiador suave, libre de fragancias y formulado para piel sensible o grasa, dos veces al día ayuda a retirar impurezas y exceso de sebo sin dañar la barrera protectora natural.
La hidratación, lejos de ser un enemigo, resulta clave: una piel reseca produce aún más grasa. Por eso se recomienda emplear cremas ligeras, oil-free y no comedogénicas, con ingredientes como ácido hialurónico o niacinamida.
A estos pasos básicos se suma la protección solar, imprescindible para evitar que las marcas del acné se oscurezcan y para proteger la piel cuando está sensibilizada por tratamientos dermatológicos.
Además, un estilo de vida equilibrado contribuye a mejorar la piel: dormir lo suficiente, reducir el estrés y llevar una dieta baja en azúcares refinados y ultraprocesados pueden ayudar a reducir la frecuencia e intensidad de los brotes.
Lo que no deberías hacer

Manipular los granos es uno de los errores más frecuentes y más dañinos: exprimirlos o rascarlos aumenta el riesgo de infección, prolonga la inflamación y deja cicatrices permanentes. Otro hábito a evitar es recurrir a remedios caseros agresivos, como pasta de dientes, alcohol o vinagre, que suelen provocar irritación y hasta quemaduras en la piel.
También es contraproducente abusar del maquillaje o de cosméticos que no sean específicos para piel grasa o acneica, ya que tienden a obstruir los poros y generar más brotes.
Igualmente, lavarse la cara más de dos veces al día o emplear jabones demasiado astringentes resulta perjudicial: la piel se reseca en exceso, se irrita y reacciona produciendo aún más sebo, lo que agrava el problema en lugar de solucionarlo.
El acné en adultos es más común de lo que parece y, aunque puede resultar frustrante, con una combinación de cuidados diarios adecuados, tratamientos dermatológicos y una mirada integral que incluya el bienestar emocional, es posible mejorar notablemente la piel y aprender a convivir con ella sin que afecte la autoestima.