La ficción española suma un nuevo thriller con Ciudad de sombras, la serie que Netflix estrenó este 12 de diciembre y que pronto empezó a llamar la atención por su clima oscuro y su ambientación.
Ambientada en una Barcelona menos reconocible y más áspera, la producción tiene además un componente emocional inevitable: fue el último trabajo de Verónica Echegui antes de su fallecimiento el pasado mes de agosto, un hecho que dota a la serie de una lectura distinta y más íntima.
Basada en la novela El verdugo de Gaudí, de Aro Sáinz de la Maza, la historia utiliza la arquitectura modernista como telón de fondo para un relato criminal donde la belleza de la ciudad convive con episodios de gran crudeza.
Un crimen que sacude a Barcelona y devuelve a escena a un inspector apartado
La trama se pone en marcha con una escena tan perturbadora como simbólica: el hallazgo de un cuerpo en uno de los edificios vinculados a la obra de Gaudí. El caso obliga a reincorporar a Milo Malart, un inspector que llevaba tiempo apartado del servicio tras un expediente disciplinario. Isak Férriz encarna a un personaje cansado, con un pasado que pesa y una manera de enfrentarse al trabajo marcada por la culpa y el desgaste personal.
En su regreso a la investigación aparece Rebeca Garrido, una agente metódica y analítica que pronto se convierte en su principal apoyo (y también en su contraste) dentro del equipo. La relación entre ambos articula buena parte del relato y sostiene el avance de la investigación.
El personaje de Verónica Echegui gana peso en la adaptación televisiva
Uno de los cambios más visibles respecto a la novela original está en el desarrollo de Rebeca Garrido. En el libro, su papel era más discreto; en la serie, en cambio, el personaje adquiere una dimensión mayor y se sitúa en el centro del conflicto.
Verónica Echegui aporta a Garrido una mezcla de contención y fortaleza que se va revelando con el paso de los episodios. Su personaje no se limita a acompañar la investigación, sino que muestra un recorrido propio, con dudas, heridas y conflictos personales que dialogan con los de Malart.
El fallecimiento de la actriz tras finalizar el rodaje añade una carga emocional inevitable. Sin subrayados ni artificios, su presencia en pantalla adquiere un valor especial y convierte su interpretación en una despedida silenciosa.
Una Barcelona reconocible, pero lejos de la postal
Barcelona no funciona aquí como un simple decorado, ya que la serie apuesta por una ciudad real, con contrastes y lejos del imaginario turístico habitual. La elección de localizaciones reales (más de 70) y el uso natural del catalán y el castellano reafirman esa sensación de autenticidad.
La dirección de Jorge Torregrossa evita idealizar la ciudad y la muestra como un espacio vivo, complejo y a veces incómodo, que acompaña el tono del relato sin imponerse sobre él.
La obra de Gaudí como hilo conductor del misterio
La arquitectura modernista no es solo un recurso estético, ya que cada episodio toma como referencia una obra de Gaudí, integrándola en la narración como parte del propio enigma. Espacios como la Sagrada Familia, el Park Güell o la Casa Batlló aparecen ligados al desarrollo de la investigación y cargados de significado dentro de la trama.
La serie propone así una lectura distinta de estos lugares, asociándolos no solo a la belleza, sino también a la sombra y a los conflictos que atraviesan la ciudad.
Un thriller que se apoya en los personajes y en el clima
Ciudad de sombras es una producción que no se limita a resolver un caso policial. A través de su ritmo pausado y su tono contenido, la serie se detiene en sus personajes y en las huellas que deja el pasado, tanto a nivel personal como urbano.
En ese equilibrio entre intriga, drama y mirada social, la producción encuentra su identidad y se instala como una propuesta sólida dentro del catálogo español de Netflix, marcada de forma inevitable por la última interpretación de Verónica Echegui.
