El ataque con drones registrado en Polonia este miércoles a la madrugada ha vuelto a encender las alarmas en la OTAN. Esta vez, la novedad no ha sido solo la violación del espacio aéreo aliado, sino el arma empleada: el Gerbera, un dron ruso de bajo coste diseñado para saturar las defensas aéreas occidentales.
Considerado el “hermano pequeño” del ya conocido Shahed 136 iraní, este modelo amplía la capacidad de Moscú de golpear objetivos a bajo precio y con una producción en masa relativamente sencilla.
Así funciona el dron ruso «Gerbera»

El Gerbera responde a una lógica distinta a la de los drones de alta gama que suelen asociarse con inteligencia militar. Su fuerza reside en lo opuesto: bajo coste, sencillez técnica y capacidad de producción masiva. Con un fuselaje ligero, materiales económicos y un motor de combustión básico, puede recorrer cientos de kilómetros con una autonomía suficiente para sobrevolar países fronterizos de Rusia y alcanzar objetivos estratégicos o simbólicos en territorio enemigo.
Fuentes de inteligencia occidentales lo describen como un vehículo no tripulado de entre dos y tres metros de envergadura, propulsado por un motor similar al de una motocicleta ligera.
Esta simplicidad no lo hace menos peligroso: por su tamaño reducido y vuelo a baja altura, es difícil de detectar por radares convencionales, lo que le permite aumentar las posibilidades de penetrar sistemas de defensa antiaérea.
Las características del aparato ruso

Uno de los aspectos más estratégicos del Gerbera no tiene que ver con su capacidad destructiva, sino con su papel como dron de reconocimiento. Gracias a cámaras y sensores básicos, este aparato puede sobrevolar territorios hostiles y enviar imágenes en tiempo real a los centros de mando rusos. Aunque sus equipos ópticos no se comparan con la precisión de drones occidentales más avanzados, cumplen una función esencial: explorar áreas peligrosas antes de un ataque, detectar vulnerabilidades en las defensas o localizar posibles objetivos de alto valor.
El hecho de que su coste de producción sea tan reducido lo convierte en una herramienta idónea para misiones en las que se da por sentado que el dron no regresará. En lugar de arriesgar sistemas más sofisticados y caros, el Kremlin puede sacrificar un Gerbera sin que ello suponga un golpe económico: así, se transforma en un “explorador desechable”, un recurso que multiplica la capacidad de vigilancia en el frente.

Pero quizás su rol más disruptivo sea el de señuelo. En operaciones conjuntas, Moscú puede lanzar decenas de Gerbera al mismo tiempo con un objetivo claro, el de obligar a las defensas aéreas de la OTAN a reaccionar. Cada misil interceptor que se dispara contra uno de estos drones supone un gasto de cientos de miles de euros, mientras que cada Gerbera derribado cuesta apenas una fracción de esa cifra. Se trata de un juego de desgaste económico en el que el atacante siempre sale ganando.
El caso del Gerbera deja al descubierto una tendencia que modifica el giro de la guerra tecnológica contemporánea: frente al desarrollo de sistemas cada vez más sofisticados y costosos en Occidente, Moscú apuesta por una estrategia opuesta, la producir drones simples, económicos y desechables que, en grandes cantidades, pueden desgastar al adversario tanto en lo militar como en lo económico.