La actriz y pedagoga Esther Uría falleció a los 55 años en el Hospital Donostia, dejando un vacío en el mundo del teatro, la televisión y la educación.
Formada en la escuela Antzerti, donde estudió Arte Dramático, Uría debutó en los escenarios con la obra La cacatúa verde, dirigida por Mario Gas, un proyecto que marcó el inicio de una carrera llena de compromiso y sensibilidad artística.
Durante las décadas siguientes, se consolidó como una de las voces más destacadas del teatro vasco, participando en montajes como La importancia de llamarse Ernesto y Como agua para chocolate. Cada papel que interpretaba llevaba su sello: una mezcla de profundidad emocional y técnica impecable que le ganó el respeto de compañeros y críticos.
¿Qué se sabe de la muerte de Esther Uría?
Según confirmaron fuentes cercanas a la familia, su fallecimiento se produjo de forma repentina e inesperada, apenas unos días después de su hospitalización.
Aunque no se han ofrecido detalles concretos sobre la causa exacta de su muerte, se ha señalado que se trató de un cuadro médico de rápida evolución que sorprendió incluso a su entorno más próximo.
De la televisión a la docencia

Además de su sólida carrera teatral, Esther Uría dejó huella en la televisión española. Participó en producciones de la ETB, como Euskolegas y Pilotari, y apareció en series nacionales de gran éxito, entre ellas Maitena: Estados alterados, El comisario, Cuéntame cómo pasó y Hospital Central. Su presencia en pantalla, aunque discreta, siempre se caracterizó por su naturalidad y carisma.
En 2008 decidió dar un giro a su trayectoria y dedicarse a la educación, campo que pronto se convertiría en su otra gran vocación. Retomó los estudios y se especializó en Psicopedagogía, convencida de que el arte escénico podía tener un papel transformador en la enseñanza.
La unión del teatro y la pedagogía
Su labor académica fue tan destacada como su carrera artística. Obtuvo el Premio Extraordinario en Educación Especial y el Premio Fin de Carrera en Psicopedagogía, además de completar un máster en Formación del Profesorado de Secundaria. En 2014, consiguió una beca de investigación que la llevó a estudiar en la Universidad de Victoria (Canadá) cómo el teatro puede fomentar la convivencia entre alumnos.
En 2018, se doctoró en la Universidad del País Vasco (EHU/UPV) con una tesis centrada en el diseño de programas teatrales para mejorar la convivencia escolar. “Los profesores tienen mucho de actores: deben saber hablar, dirigirse a un público y lograr que les entiendan”, explicaba en una entrevista, resumiendo su visión de la enseñanza como una forma de arte.
Un legado que une arte y humanidad

Aunque en sus últimos años se volcó en la docencia, el teatro nunca desapareció de su vida. En 2013 creó junto a su pareja, Edu Errondosoro, la obra Cada día es solo una vez al día, una pieza que celebraba la risa y la positividad como herramientas de vida.
“No nos lamentemos del pasado; tenemos el presente, y una forma positiva de vivirlo es hacerlo con humor y amor”, declaraba entonces, mostrando su filosofía vital y su carácter luminoso.
Esther Uría deja un legado profundamente humano, que trasciende los escenarios. Su vida demuestra que el arte y la educación pueden ir de la mano, y que la pasión por transformar la realidad de los demás (ya sea desde una clase o un escenario) es el mayor acto de vocación que puede dejar un artista.












