“Se le veía nervioso, activo, y que iba bajando sus notitas. Ya no tenía tantas ganas de aprender”. Laura no entendía qué le pasaba a Ilan en el nuevo centro en el cual había empezado Primero de Primaria. Recién en Segundo, su hijo se lo confesó: “Empezó a decirme que le pegaban, que venían a insultarle. Y que los que lo hacían eran mandados por los hijos de los profesores”.
“Había unos profesores buenos, pero rodeados de otros que eran quienes mandaban, quienes dictaban las normas”, cuenta Laura a La Voz de Ibiza para referirse a aquellos docentes que apañaban el acoso promovido por sus hijos. Una situación que derivó en el suicidio de Ilan en 2019, a los 11 años, después de años de soportar el maltrato.
El caso acaba de reabrirse gracias a las aportaciones de una veintena de testigos.
“En Segundo, la profesora de Lengua era la tutora. Y justificaba las agresiones: le decía que mi hijo se comportaba mal, que hacía el payaso, llamaba la atención, que molestaba. Hasta me argumentaba que pintaba una rayita en el cuaderno”, se queja Laura.
“Le tocó una clase con hijos de docentes. A estos niños, sus padres le daban poder”, rememora Laura. “Salían airosos siempre, siempre tenían una excusa, siempre era el otro niño, el agredido, el que infundía los problemas”.
En un primer momento, Laura creyó que algo de aquello podía ser verdad, que Ilan podría estar causando problemas y que debía disciplinarlo. “A mí me habían enseñado a confiar en los docentes. Uno deja a sus niños en el centro porque cree que allí están seguros, ¿cómo dudar?”.
Ilan comenzó a decirle a su madre que no quería estudiar, que no se estaba adaptando.
Abrir los ojos
Fue entonces cuando una madre hizo que Laura abriera ojos sobre lo que realmente ocurría. Le dijo que su propio hijo iba a pegarle a Ilan, y lo hacía amenazado por los hijos de los profesores: le decían que, si no violentaba a Ilan, el golpeado sería él. “Aprovechaban a quienes no tenían poder personal”, dice Laura.
Según la madre de Ilan, las amenazas no eran solo la forma de actuar de los niños, sino incluso de los docentes. “El docente lo tapaba, amenazaba a Ilan de que no contase nada porque si no iba a tener problemas, tanto él como su mamá”.
Ante esta situación, Ilan primero lo verbalizaba, ya en Tercero o Cuarto dejó de hablar del tema”, dice.
“Cada vez que yo me quejaba, él sufría más ensañamiento y más palizas”, refuerza Laura.
Y aclara que Ilan no era la única víctima de esta forma de acoso, otros cuatro compañeros también habrían sufrido el mismo calvario.
El mensaje de la madre de Ilan siempre fue pacificador. Aunque Ilan practicaba artes marciales, tanto Laura como el padre de Ilan le inculcaron que advirtiera al profesor y no devolviera agresiones físicas. “¿Cómo iba a pensar que un profesor los iba a tapar? Yo creía ciegamente en los docentes”.
El “docente-juez”
“Había un docente que simulaba juicios, los juzgaba”, recuerda Laura sobre uno de los profesores. Dice que este docente había “inventado una estrategia de hacer juicios para que los chicos fuesen ‘organizados’”.
“Si Ilan, por ejemplo, dejaba el estuche abierto, estaba en falta, tenía que pasar al frente y ser juzgado por lo que había hecho”, dice Laura. “Los niños temblaban de impotencia”, recuerda.
Aquel profesor, dice, “era agresivo y tenía un método de enseñanza intimidatorio”. Una vez, cuenta Laura, rompió un teclado delante de los niños.
Por situaciones así, Laura califica aquel centro de Sant Antoni, que no nombra por cautela mientras transcurre la investigación, como el “centro del calvario”.

La salida
“Había mucha endogamia en la administración, tapaban cada vez que yo lo denunciaba. Mientras tanto, Ilan estaba cada vez más nervioso”, recuerda Laura.
Ante este panorama decidieron cambiarse de centro. “Nos fuimos a ese colegio unitario y sin saber que la directora había estado de docente en el mismo centro donde había sufrido el acoso”, dice Laura. Y narra que en ese segundo centro también fue víctima de la “endogamia”.
“También tuvimos allí el primer año bien, pero tuvimos ensañamiento de la directora, amenazas y coacciones, y de la endogamia entre las familias que estaban allí. Nos difamaban porque pedíamos que se impartieran cursos extraescolares y modificar un par de cosas, pero ellos querían seguir con sus chanchullos”, denuncia.
En ese nuevo centro, aunque las agresiones físicas menguaron, Ilan sí recibió golpes de un compañero.
El reencuentro con sus agresores
Sin embargo, lo más doloroso para Ilan en esta nueva etapa llegó cuando se reencontró son sus antiguos compañeros. Coincidieron en una quedada en el cine de varios colegios.
Una docente advirtió que ellos comenzaron a atacarlo e insultarlo. Laura, con el testimonio de esta docente, presentó un informe. Ilan tenía 10 años en aquel momento. Pero dice que sintió poco respaldo de la directora de este segundo centro. “Hubo un silencio administrativo”, cuenta.
Fuera del colegio, Ilan también se topó varias veces con estos niños que lo agredían. Dejó de practicar fútbol en dos clubes distintos, cansado del hostigamiento. Según la madre de Ilan, ambos clubes de fútbol estaban vinculados a su antiguo colegio y los entrenadores no intervinieron.
Ilan se apuntó en atletismo, donde, luego de unos pocos meses, también aparecieron los agresores. “El profesor de atletismo no vio allí acoso porque eran muy listos y lo hacían por detrás”.
Ilan dejó de competir, pese a que, recuerda su madre, se le daba muy bien con la disciplina. Ni siquiera quiso ir a darle explicaciones a su entrenador. “Tuvo mucho miedo”, recuerda Laura.
El sufrimiento llegó a un pico cuando Ilan se sintió traicionado: un amigo lo invitó a jugar al fútbol en el centro deportivo. Cuando llegó, advirtió que allí estaban muchos de los niños que lo habían agredido. Y no solo eso: lo pusieron en la portería y la consigna fue darle pelotazos.
En busca de justicia
Poco tiempo después, el 28 de agosto de 2019, Ilan se ahorcó en su habitación.
La primera reacción de Laura, fue vincular el suicidio con el centro donde Ilan comenzó a ser víctima de agresiones: “¡Me cagó en…!”, fue su exabrupto.
La madre de Ilan dice que hoy trabaja para que se haga justicia con los docentes implicados. Que se les quite la titulación y vayan a prisión. Y que los agresores, menores de edad, vayan a un centro para tratar su violencia.
“Aquel día estaba irascible. Con la rabia que tenía y la injusticia que veía a su alrededor, no vio otra salida”, recuerda sobre lo ocurrido. No quiere que nadie más viva algo parecido.