OpenAI ha lanzado una aplicación de video generativo llamada Sora, con la que los usuarios podrán crear y compartir vídeos de hasta 10 segundos que, en algunos casos, serán “spin” de contenido con derechos de autor. Los titulares de esos derechos (estudios de cine, televisiones y otros creadores) deberán optar por excluir su obra si no desean que aparezca en el feed de la app, según explicaron responsables de la compañía. Esta política reproduce en video la controversia previa que ya siguió a la generación de imágenes con IA.
Disney ya ha decidido dar un paso atrás: ha optado por excluir sus contenidos del catálogo de Sora. Esta decisión pone sobre la mesa cuán tensa puede ser la relación entre tecnología y propiedad intelectual cuando la IA entra en el terreno audiovisual.
Cómo opera Sora: consentimiento, control y seguridad
OpenAI implementa mecanismos para evitar abusos. Por ejemplo, no permitirá crear vídeos de personas públicas ni de usuarios de la app sin su permiso previo. Para ello, la app exige un «liveness check» (pedir que el usuario mueva la cabeza y diga una secuencia aleatoria) antes de usar su imagen. Solo una vez que el usuario haya autorizado su “cameo” podrá su parecido ser usado en contenidos generados por otros.
Los vídeos en Sora pueden extenderse hasta 10 segundos de duración, y la app incluye una función llamada Cameo, que permite al usuario generarse a sí mismo y colocarse en escenarios generados por IA.
Riesgos legales y éticos: derechos, deepfakes y control
Uno de los nudos más delicados está en la reutilización de contenido protegido. Aunque OpenAI afirma que los creadores deben excluir sus obras si no quieren aparecer, la carga recae en ellos para notificar su rechazo. La falta de un mecanismo proactivo puede llevar a desafíos legales.
Además, la posibilidad de generar deepfakes realistas plantea riesgos reputacionales y éticos, especialmente con la imagen de figuras públicas. Si bien OpenAI afirma haber implementado medidas preventivas, como restricciones en indicaciones y filtrado de contenido extremo, el terreno sigue siendo complejo.
Implicaciones para la industria del entretenimiento
La entrada de Sora al mercado supone un nuevo competidor en el ecosistema creativo: publicidad, efectos especiales, animación y producción audiovisual. Si la herramienta es adoptada ampliamente, podría reducir algunos costos y erosionar parte del modelo tradicional de producción.
Pero también puede generar fricciones intensas: los estudios podrían ver vulneradas sus licencias, los creadores reclamar derechos de autor y la presión sobre la regulación aumentará.
Reacción y contexto en IA de video
Sora no aparece en el vacío: ya existen modelos de texto a video como Veo 3 de Google, Make-A-Video de Meta o Gen‑2 de Runway, que compiten en calidad, integraciones y restricciones. La diferencia de Sora radica en su integración con el ecosistema OpenAI y ChatGPT, y en el enfoque social: los vídeos generados pueden compartirse, remixarse y usarse en un feed tipo red social.
OpenAI ha anunciado que Sora ya está disponible (o lo estará) para usuarios de ChatGPT Plus y Pro sin coste adicional, aunque aún hay regiones donde la disponibilidad es limitada. Además, sus responsables indican que se lanzará una versión mejorada llamada Sora Turbo, con mayor resolución y capacidades extendidas.
¿Sora cambiará la narrativa visual como ChatGPT lo hizo con el texto?
El lanzamiento de Sora ha sido comparado con un “momento ChatGPT para video”, por su potencial disruptivo y alcance creativo. Pero ese salto implica riesgos: saturación de contenido superficial, distorsión de la realidad audiovisual y debates sobre autoría digital.
Si bien la promesa tecnológica es enorme, el uso responsable dependerá de mecanismos robustos para proteger derechos, prevenir el abuso y garantizar transparencia en el origen del contenido generado.