En un mundo cada vez más dominado por productos estandarizados y mieles adulteradas, la miel de Ibiza emerge como un ejemplo de resistencia: un alimento vinculado a la flora local, producido con métodos tradicionales y cargado de memoria territorial. Todo eso destaca Vincent Marí Torres, el presidente de la Associació d’Apicultors d’Eivissa. “Una miel genuina se reconoce, sobre todo, por la coherencia entre lo que promete su origen y lo que ofrece su contenido”, afirma. Y eso, en Ibiza, tiene un sentido profundo.
Una miel única, exigente y con trazabilidad total
La miel ibicenca cumple y supera los requisitos marcados por otras Denominaciones de Origen: su contenido de humedad, por ejemplo, no puede superar el 18 %, cuando otras DOP permiten hasta un 20 %. Este umbral garantiza su estabilidad natural, sin necesidad de pasteurización ni procesos térmicos.
Producida con técnicas extensivas y artesanales —colmenas de madera, extracción en frío, sin aditivos—, la mel d’Eivissa conserva enzimas naturales como la glucosa oxidasa, así como flavonoides y polifenoles con propiedades antimicrobianas. Sus aromas florales y balsámicos, textura densa y complejidad sensorial le han valido el reconocimiento internacional: nueve medallas en Londres, París y los Mediterranean Taste Awards para la marca Mel de Ca’n Marí.
Pero además de todo ello, lo que la hace verdaderamente distinta es su vínculo con el entorno: “No se trata solo de un producto agroalimentario de proximidad, sino de un alimento singular, trazable y plenamente vinculado al paisaje, la botánica y la cultura apícola de la isla”, afirma su presidente. De ahí que pueda hablarse, con propiedad, de un “alimento con alma”.
Cultura, gastronomía y biodiversidad en un solo tarro
La miel de Ibiza está presente en recetas tradicionales como la greixonera, el flaó o las orelletes, pero también en rituales festivos, medicina popular y formas de reciprocidad propias del mundo rural. Para Marí, esto configura una identidad: “La miel ocupa una posición destacada en el imaginario y en las prácticas tradicionales de Ibiza”.
“Ambientalmente, su valor es aún más significativo. La apicultura extensiva tradicional practicada en Ibiza favorece la polinización de los ecosistemas insulares, contribuyendo a la conservación de la flora autóctona y al equilibrio ecológico”, remarca Marí. Y agrega: “Las abejas cumplen una función clave como agentes de biodiversidad, especialmente en contextos insulares donde los hábitats son más vulnerables a las presiones antrópicas y al cambio climático
“Sostener la apicultura es sostener vida: en el campo, en las flores, en las prácticas rurales y en los vínculos invisibles entre naturaleza y cultura”, explica Marí. La mel d’Eivissa no es solo miel: es un vector de sostenibilidad.
La conciencia de los apicultores
A pesar de que “no todos los apicultores se hallan en el mismo punto del proceso de transición hacia la sostenibilidad”, Marí destaca que muchos en la isla “comprenden que su actividad no solo consiste en la producción de miel, sino que tiene implicaciones mucho más amplias: ecológicas, sociales, culturales y hasta simbólicas”.
Según Marí, esta conciencia se expresa en prácticas concretas, como en la elección de emplazamientos alejados de fuentes contaminantes, en la preservación de flora autóctona, en el rechazo a los tratamientos agresivos, en la defensa de la raza autóctona local de abeja (Apis mellifera iberiensis), y en la transmisión de conocimientos no codificados “pero profundamente respetuosos con los ciclos naturales”.
A su vez, Marí alerta: “No obstante, esta sensibilidad convive con una sensación generalizada de vulnerabilidad: muchos productores son conscientes de los límites del sistema, de la falta de apoyo institucional y del riesgo real de abandono si no se articulan políticas públicas coherentes”.
Cómo detectar la miel adulterada y elegir con criterio
El mercado está lleno de trampas, destaca el experto. La adulteración puede ser directa —añadiendo jarabes de maíz, arroz o azúcar invertido— o indirecta, mediante cosechas prematuras o sobrealimentación artificial de las colmenas. Incluso el sobrecalentamiento destruye sus enzimas naturales.
Ante este panorama, el presidente de los apicultores lanza un mensaje claro: leer bien las etiquetas y evitar fórmulas como “mezcla de mieles UE/no UE”, que suelen ocultar procedencias dudosas. Recomienda además apostar por productos locales, certificados y con trazabilidad clara.
“La detección y prevención del fraude en la miel requiere una vigilancia rigurosa, tanto normativa como analítica, y una apuesta decidida por la trazabilidad, la transparencia en el etiquetado y la valorización de las mieles locales con identidad geográfica, como es el caso de la mel d’Eivissa”, señala.
Y sobre todo, Marí aconseja usar los sentidos: “Una miel genuina se reconoce también por su complejidad aromática, su cristalización natural, su intensidad en boca y, sobre todo, por la coherencia entre lo que promete su origen y lo que ofrece su contenido”.
Desafíos
Desde su cargo en el Consejo Regulador, Marí hace un balance positivo del trabajo realizado: alianzas institucionales, control de calidad, promoción de la miel y apoyo técnico a productores. Pero también advierte que “una Denominación de Origen no se consolida con declaraciones: se construye con voluntad política y apoyo técnico sostenido en el tiempo”.
La Associació d’Apicultors d’Eivissa impulsa desde formación y divulgación en escuelas, hasta el ambicioso proyecto de recuperación de la abeja autóctona, activo desde 2018. Iniciativas todas que apuntan a un mismo horizonte: defender un modelo apícola territorializado, justo y sostenible.
Marí analiza que, precisamente, el mercado actual exige al sector apícola un mayor grado de profesionalización, diferenciación y visibilidad, lo que requiere formación técnica, acceso a herramientas de comercialización directa y el respaldo de políticas públicas que valoren las producciones locales de calidad, como las amparadas por Denominaciones de Origen o sellos agroecológicos.
Esto ocurre en un contexto en el cual “el mercado de la miel se encuentra en tensión entre dos modelos: uno industrial, globalizado y opaco, centrado en el volumen; y otro territorializado, sostenible y transparente, centrado en la calidad, la biodiversidad y la relación con el consumidor”.
“El reto está en sostener y fortalecer este segundo modelo, antes de que la presión del primero lo haga desaparecer”, advierte.