QUEJAS EN REDES SOCIALES

Polémica y quejas en Ibiza: los tambores de Benirràs, acorralados por la policía y silenciados como los DJs de Sa Trinxa

El control policial en Benirràs pone en jaque a una de las tradiciones más emblemáticas de la isla, mientras el caso Sa Trinxa sigue presente en la conversación pública. La prohibición de la música en la playa suma un nuevo episodio: del ritual hippie y los atardeceres multitudinarios, al silencio impuesto por normativa y controles

Tambobres en Benirras. Archivo Illies balears travel
Tambobres en Benirras. Archivo Illies balears travel

Ibiza vive una extraña temporada alta. Hace apenas unos días, la noticia de la prohibición definitiva de los DJs en Sa Trinxa –el chiringuito más mítico de Ses Salines– disparó la conversación en redes, bares y grupos de WhatsApp.

Las imágenes de la terraza sin música en directo, silenciada por la normativa del Parque Natural, se convirtieron en símbolo de una nueva era: la de la música acorralada por la ley. Pero mientras los focos estaban ahí, otra playa legendaria de la isla protagonizaba su propio capítulo en esta historia de silencios impuestos: Benirràs.

Una guitarra que nunca sonó: así empezó la polémica

El episodio que ha devuelto a Benirràs al centro del debate no es una fiesta ni un escándalo, sino una escena cotidiana que se hizo viral en cuestión de horas. Ocurrió el fin de semana. Un hombre llegó a la playa con una guitarra, la llevaba guardada en su funda. Ni siquiera la había sacado cuando tres agentes de la Policía Local se acercaron para advertirle que, en Benirràs, la música –en cualquier forma– está prohibida.

El músico, perplejo, preguntó si el simple hecho de tener un instrumento era motivo de sanción. La respuesta fue clara: ni tocar, ni sentarse, ni mostrar el instrumento. «Antes, esto se toleraba, pero ya no», le explicó uno de los policías. No le quedó otra que volver al coche y guardar la guitarra.

Poco después, esa escena y el desconcierto comenzaron a circular en redes sociales, grupos de vecinos y cuentas de residentes. El testimonio de una usuaria de Facebook que dialogó con La Voz de Ibiza se volvió especialmente compartido: contaba cómo la policía no sólo se acercó a advertir al guitarrista, sino que días antes, hasta diez agentes se habían desplegado en la playa para frenar a los habituales bateristas del atardecer. La consigna era clara: no se puede hacer música en Benirràs.

«Me pregunto por qué los tambores que atraen a tantos turistas ya no pueden sonar en la isla», reflexionaba la responsable del posteo. «Es un ritual escrito en todas las guías de viaje, un imán para turistas, una tradición preciosa… y sin embargo, la ley dice que no. Benirràs sin tambores, ¿por qué? ¿No más conexión, no más canto, no más reunión? Quizá habría que proteger esto como patrimonio». El post se disparó en interacciones y comentarios, reflejando un sentimiento compartido: la isla está perdiendo algo esencial de su espíritu.

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El final de una era: de ritual hippie a ritual prohibido

Para entender lo que ocurre hoy en Benirràs, hay que volver atrás. La fiesta de los tambores nació en los años 70 como un ritual espontáneo de la comunidad hippie de Ibiza. Cada domingo al atardecer, la playa se llenaba de percusionistas, viajeros y curiosos, todos reunidos para despedir el sol al ritmo del tambor. Con los años, el evento creció y se convirtió en una de las postales más icónicas de la isla, hasta reunir a miles de personas en apenas 130 metros de playa.

Sin embargo, ese mismo éxito fue el origen de su crisis. Los problemas de masificación, residuos y descontrol se hicieron evidentes en cada temporada alta, hasta que el verano de 2010 marcó un antes y un después: un incendio, originado cerca de la cala, arrasó 400 hectáreas y puso en jaque la seguridad de miles de personas. Desde entonces, la vigilancia fue aumentando y las restricciones, endureciéndose.

El proceso no ha sido inmediato, sino gradual y constante. Ya en 2022, ElDiario.es recogía cómo el Ayuntamiento de Sant Joan y la policía local reforzaban controles para evitar aglomeraciones y garantizar el cumplimiento de la normativa municipal.

La ordenanza, vigente desde hace años, prohíbe expresamente el uso de «aparatos sonoros que alteren la tranquilidad de la playa», así como fiestas y actividades no autorizadas. La infracción, además, se considera grave y conlleva sanciones económicas.

El verano pasado, Periódico de Ibiza relataba cómo los controles de acceso, la vigilancia en los horarios críticos y la presencia policial cada domingo han logrado que la estampa clásica de Benirràs –la de los tambores y la playa a rebosar de gente y cámaras– pase a ser solo un recuerdo.

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El papel del Ayuntamiento y el blindaje legal

La postura oficial es clara y se basa en la ordenanza de playas del municipio de Sant Joan de Labritja (Ordenanza Municipal de Uso y Aprovechamiento de las Playas del Término Municipal de Sant Joan de Labritja). Allí el artículo 51 prohíbe actividades y usos que puedan molestar a otros usuarios, incluyendo de manera explícita la música sin autorización y cualquier evento multitudinario.

La Voz de Ibiza ha consultado al Ayuntamiento para conocer en detalle la estrategia de control y la interpretación exacta de la norma en los operativos policiales, pero hasta el momento de publicar esta información, el Consistorio no ha facilitado datos adicionales.

La realidad es que la tendencia no es nueva, sino la culminación de un proceso de años. Desde la crisis ambiental y social tras el incendio, pasando por la presión vecinal contra la masificación y el avance del turismo de experiencias, el destino de los tambores en Benirràs parece sellado: de ritual mítico a símbolo de la convivencia amenazada.

De la tolerancia al cerco total

Durante años -según explican fuentes conocedoras de la situación a La Voz de Ibiza- la ley estaba, pero se aplicaba con flexibilidad. Los tambores seguían sonando, sobre todo en domingos y festivos, a veces con presencia policial y advertencias, pero sin operativos sistemáticos.

Lo que ha cambiado en 2025 es la ejecución estricta de la norma: Ya no importa si hay dos, veinte o doscientas personas; si hay instrumentos, la policía interviene. Ni guitarras ni percusión. Ni música en directo ni improvisada. La consigna es el silencio.

Repercusiones en redes: nostalgia, enfado y un debate abierto

La publicación sobre el episodio de la guitarra en Benirràs desató un auténtico aluvión de comentarios en redes sociales, dejando patente que el debate divide y toca fibras profundas entre residentes, visitantes y nostálgicos de la Ibiza de antes.

Algunos, como Cristina, recuerdan los “últimos años de Benirràs con tambores”, cuando se juntaban hasta 6.000 personas, los coches invadían cualquier rincón y la carretera quedaba completamente bloqueada, haciendo casi imposible la llegada de una ambulancia en caso de emergencia. “¿Os acordáis de la frase Ibiza morirá de éxito? Pues… a puntito”, escribía, resumiendo la sensación de que el exceso ha traído consecuencias inevitables.

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Otros muestran directamente su disgusto y desconcierto. Claudio lo resume en un “Qué disgusto”, mientras que Wendy denuncia que la prohibición comenzó durante el covid, empujando a los músicos a reunirse en días alternos. Según su testimonio, la policía ha vuelto ahora con fuerza y la excusa de “proteger la naturaleza”, algo que considera absurdo: “El tambor es un sonido natural que vibra con el mar y con la gente que baila. El daño no es la música, sino los que la prohíben”.

La indignación también va ligada al sentir de que se empuja a la gente hacia el consumo privado. Lasse lamenta que “ellos quieren que vayas a un bar o club a pagar”, y advierte que los que buscan libertad acabarán marchándose de la isla. Por el contrario, Simon recuerda el desastre ambiental de los últimos años: la basura, los coches y el caos tras la fiesta de tambores, subrayando que Benirràs era, hace 20 años, una playa familiar donde “todo funcionaba mucho mejor sin batería”.

Hay quienes conectan la situación de Benirràs con casos similares en otras playas. Catherine relata la experiencia de un amigo al que le requisaron el tambor mientras nadaba en San Antonio, y que necesitó meses y un abogado para recuperarlo: “Puedes salir de fiesta y drogarte toda la noche, pero tocar música del corazón está prohibido”.

La suma de voces y matices en redes muestra que la polémica está lejos de cerrarse: entre la nostalgia, el enfado y la búsqueda de soluciones, Benirràs se confirma como uno de los grandes símbolos de una Ibiza que, para muchos, se va apagando.

Un debate que no se apaga

La viralización de los testimonios, los comentarios en redes y el debate entre vecinos mantienen el pulso. Hay quien plantea que la tradición debería ser protegida como patrimonio inmaterial, otros reclaman un modelo regulado y compatible con la convivencia y el entorno.

Lo cierto es que, mientras la normativa se aplica con rigor y el sonido del tambor se apaga, crece la sensación de que la isla se aleja de su esencia.

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