El nombre de un papa no es solo una elección simbólica: es, muchas veces, su primera homilía. Así fue con Juan Pablo II, con Benedicto XVI, y ahora con León XIV.
La elección del nombre papal es uno de los primeros y más elocuentes actos simbólicos que realiza un nuevo pontífice. No está sujeta a normas, pero suele ser un claro mensaje de intenciones, afinidades o inspiraciones. En el caso de Robert Prevost, la decisión de llamarse León XIV ha generado sorpresa y especulación en los círculos eclesiales y mediáticos, ya que se trata de una denominación no utilizada desde el siglo XIX.
¿Qué significa, entonces, esta elección? ¿Qué posibles inspiraciones encontró Prevost en el legado de los papas anteriores llamados León? ¿Qué mensaje implícito puede estar enviando a la Iglesia y al mundo?
Un eco de León XIII: el papa de la doctrina social
La primera lectura inmediata que puede hacerse es que Prevost se inspira en León XIII, cuyo pontificado (1878–1903) es recordado por su apertura al mundo moderno, su preocupación por las condiciones de los trabajadores y la creación de las bases de la doctrina social de la Iglesia, con la encíclica Rerum Novarum (1891) como hito principal.
León XIII fue, en muchos sentidos, un papa reformista en clave social, que intentó tender puentes entre la Iglesia y los desafíos del capitalismo emergente, la industrialización y la secularización. Su pensamiento marcó un giro respecto a la intransigencia de Pío IX y abrió la puerta a una Iglesia más implicada en las cuestiones económicas y laborales.
Robert Prevost, con su largo recorrido pastoral en Perú y su cercanía a las comunidades pobres, podría haber visto en ese legado un modelo a seguir. En entrevistas anteriores a su elección como papa, se ha referido a la importancia de “una Iglesia que escuche los clamores del pueblo”, una expresión muy en línea con el magisterio social iniciado por León XIII y continuado por Juan XXIII, Pablo VI y Francisco.
Una señal de continuidad con Francisco, sin repetir el nombre
La elección del nombre León XIV, en vez de Francisco II, podría interpretarse también como una manera de honrar el legado de Francisco sin clonarlo. Mientras algunos cardenales cercanos al pontífice emérito sugerían que su sucesor podría adoptar su nombre como señal de continuidad, Prevost optó por un guiño más sutil pero profundo: un nombre históricamente asociado a la reforma, pero no utilizado en más de 120 años.
Esta elección evita comparaciones directas y permite a León XIV establecer una identidad propia, aunque alineada con los ejes pastorales y sociales de Francisco. En este sentido, su elección se asemeja a la que hizo Karol Wojtyla en 1978 al llamarse Juan Pablo II, en homenaje a su inmediato predecesor, sin replicarlo.
León el Grande, doctor de la unidad
Aunque menos citado en los análisis inmediatos, el papa León I (440–461), también conocido como León Magno, podría ser otra fuente de inspiración. Este pontífice fue decisivo en la consolidación del primado del obispo de Roma y ejerció un liderazgo firme tanto en lo doctrinal como en lo político, negociando personalmente con Atila el Huno para evitar la destrucción de Roma.
Es probable que Prevost —conocido por su tono conciliador y, a la vez, por su claridad doctrinal— haya querido también rescatar esa imagen de firmeza en tiempos inciertos, especialmente ante una Iglesia que enfrenta fracturas internas, debates teológicos complejos y pérdida de fieles en múltiples regiones del mundo.
La alusión al “gran León” podría sugerir una voluntad de ser unificador, una figura capaz de mediar entre las alas progresistas y conservadoras del catolicismo global.
El peso del número: el XIV y la brecha histórica
Otro elemento llamativo es la larga ausencia del nombre “León” en el papado. Desde la muerte de León XIII en 1903, ningún papa había retomado ese nombre. Por tanto, al declararse León XIV, Prevost retoma una tradición interrumpida por más de un siglo, lo que puede leerse como un intento de reconectar con un legado olvidado o infravalorado.
No es un detalle menor: la mayoría de los nombres papales que se han repetido desde el siglo XX —Juan, Pablo, Benedicto, Francisco— tienen una continuidad más reciente. Recuperar uno antiguo puede ser también una señal de recuperación de valores clásicos, con una mirada proyectada hacia el futuro.
Un mensaje silencioso, pero potente
Como es costumbre, el Vaticano no ha emitido ninguna explicación oficial sobre el porqué del nombre elegido. Sin embargo, los gestos cuentan. Y este gesto, en particular, parece conjugar varios niveles de significado:
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Una reivindicación del pensamiento social católico (León XIII);
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Un llamado a la unidad doctrinal y la fortaleza pastoral (León I);
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Una decisión estratégica para marcar una identidad propia sin romper con el pasado inmediato;
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Una evocación del papado como puente entre tradición y modernidad.
Así, León XIV se convierte desde su primer minuto en papa en una figura que desafía lo esperado. Y su nombre, lejos de ser un mero adorno, podría ser la primera clave para entender el estilo y el rumbo de su pontificado.
¿Seguirán sus actos el peso simbólico de su nombre?