Un reciente estudio internacional, en el que ha participado el CSIC a través de la Misión Biológica de Galicia (MBG) y otros centros españoles, ha confirmado que las noches cálidas (aquellas en las que las temperaturas mínimas no bajan de los 20 °C) están asociadas con un aumento hasta del 3 % en la mortalidad diaria, una cifra especialmente relevante porque este peligro es independiente del calor diurno.
Un riesgo nocturno que va más allá del calor del día

Aunque pueda parecer lógico pensar que las noches más sofocantes son consecuencia directa de días extremadamente calurosos, los estudios confirman que el peligro nocturno es independiente. Incluso en jornadas donde las temperaturas máximas no han sido demasiado elevadas, dormir con mínimas que superan los 20 grados puede disparar la mortalidad.
El problema radica en que, durante el descanso nocturno, el cuerpo necesita bajar su temperatura interna para recuperarse del esfuerzo diario. Cuando la atmósfera no ofrece ese respiro, el organismo acumula un estrés térmico que no consigue liberar y que puede desembocar en consecuencias graves, sobre todo en personas mayores o con patologías previas: así, las llamadas noches tropicales se convierten en un enemigo silencioso, que ataca precisamente cuando el cuerpo debería estar regenerándose.
¿Por qué empeoran los efectos por la noche?

Durante la noche, el organismo entra en un estado de reposo en el que los sistemas de regulación térmica funcionan a menor intensidad: si la temperatura ambiental no desciende, ese mecanismo natural se ve bloqueado. El resultado es un sueño fragmentado, poco reparador y cargado de microdespertares, que no permite al cuerpo descansar correctamente.
La falta de descanso, unida al exceso de calor, puede alterar la presión arterial, aumentar el riesgo de arritmias, favorecer accidentes cerebrovasculares o agravar problemas respiratorios. Los especialistas subrayan que esta combinación de insomnio y estrés térmico actúa como un detonante en personas vulnerables, generando un círculo vicioso: a más noches calurosas, menos capacidad de recuperación y, en consecuencia, mayor riesgo para la salud.
Prevención: cómo reducir el peligro nocturno

Los especialistas subrayan que el impacto de las noches calurosas puede mitigarse con medidas urbanas y sociales. Apostar por ciudades más verdes, con arbolado y materiales que no acumulen tanto calor, es clave para reducir el efecto de la isla de calor urbana. También se recomienda habilitar refugios climáticos en espacios públicos y garantizar el acceso a sistemas de climatización eficientes, especialmente entre la población más vulnerable.
A nivel individual, los expertos aconsejan ventilar en las horas más frescas, hidratarse con frecuencia, evitar comidas pesadas antes de dormir y, cuando sea posible, recurrir a ventiladores o aires acondicionados de bajo consumo. Estas acciones, sumadas a políticas públicas de adaptación al calor, resultan fundamentales para proteger la salud en un contexto en el que las noches tropicales serán cada vez más habituales por efecto del cambio climático.