DESCONCIERTO ANTE EL ANUNCIO SÚBITO

¿Por qué ‘se apagan’ los DJs en Sa Trinxa? El chiringuito de Ibiza, entre la nostalgia de una época y una normativa vigente

El mítico chiringuito de ses Salines, ícono mundial de la Ibiza más libre, se queda sin música con DJ tras la aplicación estricta de la normativa ambiental del parque natural. ¿Qué ha cambiado en la isla para que se silencie una tradición de casi medio siglo?

Sa Trinxa. Archivo
Sa Trinxa. Archivo

En una isla acostumbrada al pulso vibrante de la música, la noticia cayó como una losa. Sa Trinxa, el histórico chiringuito que durante más de cuarenta años ha puesto banda sonora a la playa de ses Salines, anunció este miércoles la suspensión indefinida de sus míticas sesiones de DJ.

La decisión, tomada «por fuerza mayor» y en estricto cumplimiento de la normativa ambiental vigente en el Parque Natural de ses Salines, pone fin a una de las tradiciones más emblemáticas de la Ibiza popular y bohemia, y abre un debate sobre el equilibrio entre ocio, turismo y conservación.

El eco de la noticia se ha propagado rápidamente por redes sociales y medios de comunicación, provocando una oleada de incredulidad, tristeza y, también, de resignación entre miles de habituales.

No es para menos: Sa Trinxa no es solo un chiringuito de playa, sino un símbolo global de la cultura ibicenca, asociado al espíritu libre y a la música sin barreras. La imagen de Jon Sa Trinxa pinchando desde su cabina sobre el mar, con bañistas bailando descalzos en la arena, es ya parte del imaginario colectivo de varias generaciones.

La normativa que nunca se aplicó (hasta ahora)

La raíz del conflicto se encuentra en la normativa que regula desde hace casi dos décadas el Parque Natural de ses Salines, un espacio protegido de altísimo valor ecológico que abarca las salinas, las dunas, las lagunas y amplios sectores costeros del sur de Ibiza y el norte de Formentera. El Plan Rector de Uso y Gestión (PRUG), aprobado en 2005, establece restricciones severas a cualquier actividad que pueda alterar la tranquilidad o el equilibrio del entorno natural.

Entre esas limitaciones, destaca la prohibición expresa de celebrar “fiestas, conciertos y espectáculos de cualquier tipo” en playas y espacios naturales, así como el veto a “discotecas y salas de fiesta” y la obligación de no sobrepasar los 55 decibelios de ruido en el exterior de los establecimientos.

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Aunque la norma lleva años en vigor, hasta ahora se habría interpretado de forma flexible, tolerando en la práctica la música de ambiente siempre que no se tratase de fiestas multitudinarias ni generase molestias a la fauna o a los visitantes.

Govern y Sa Trinxa

“La normativa no ha cambiado desde el 2005 y deja muy en claro que no puede haber música a alto volumen en estas zonas”, se han limitado a decir desde la Consellería de Agricultura, Pesca y Medio Natural ante la consulta de La Voz de Ibiza.

Ante la consulta de este medio, Guillermo Cardona Guash, socio único de Sa Trinxa, evitó explicar qué es lo que ha cambiado para que, súbitamente, el emblemático chiringuito se ciña a la normativa y decida cancelar sus sesiones de DJ.

Puede inferirse, entonces que Sa Trinxa vivía en una suerte de “zona gris” legal, en la que la costumbre y el consentimiento tácito de las autoridades habían permitido mantener la música en vivo, bajo el pretexto de que se trataba de ambientación para clientes, no de un espectáculo público. Este equilibrio informal se rompió en 2024, tras una serie de incidentes en ses Salines y la decisión de las administraciones de aplicar la ley al pie de la letra.

Los artículos

La base de la prohibición se apoya en el artículo 102.1, letra l) del PRUG, que veta expresamente “la celebración de fiestas, conciertos y espectáculos de cualquier clase” en playas y espacios naturales del parque.

A esto se suma el artículo 106.7, que prohíbe instalar altavoces orientados al exterior y fija el límite de ruido en 55 decibelios. Aunque la revisión del PRUG está en marcha desde agosto de 2024, estas restricciones siguen plenamente vigentes y explican el cambio de rumbo en Sa Trinxa.

Del consentimiento tácito a la mano dura: qué ha cambiado en Ibiza

Un detonante inmediato fue la polémica generada por la fiesta privada de la marca Loewe en julio de 2024, celebrada precisamente en el entorno de ses Salinas y sancionada por el Govern balear con una multa de 6.001 euros por infringir la normativa del parque.

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El episodio encendió las alarmas de ambientalistas y parte de la opinión pública, que desde hace años denuncian la creciente presión turística y la permisividad hacia actividades que, consideran, ponen en peligro la sostenibilidad del espacio natural.

A juzgar por el monto de la sanción (el Govern barajaba originalmente que fuera de 100.000 euros) parece sustentar la idea de que se trata de una multa más bien simbólica, que marca un cambio en la flexibilidad que durante años se había tenido en relación a la normativa en parques naturales.

A pesar de que el Govern ha dicho que no ha cambiado sus políticas de control y sanción, lo cierto es que a raíz de ese y otros episodios, las autoridades autonómicas y municipales han endurecido la vigilancia y la interpretación de la normativa, pasando de la tolerancia histórica a un cumplimiento estricto de las reglas.

El propio Govern balear admitía recientemente que el plan de gestión del parque lleva años pendiente de revisión y prometía una actualización que, de momento, se encuentra en fase de tramitación. Sin embargo, mientras tanto, el texto de 2005 sigue vigente y ahora se aplica con rigor: no más música en directo, ni DJs, ni altavoces en la playa.

El caso de Sa Trinxa es el ejemplo más visible, pero no es el único. Otros chiringuitos y negocios situados dentro del perímetro protegido han recibido avisos y restricciones similares. El mensaje de la administración es claro: el parque natural no es compatible con la oferta de ocio musical que ha hecho famosa a Ibiza, al menos no en sus formas más reconocibles.

Un debate abierto: conservación, identidad y futuro

La medida ha provocado una oleada de reacciones encontradas. Entre los nostálgicos y defensores de la Ibiza más auténtica, la sensación dominante es de tristeza y pérdida: se va una parte esencial de la cultura de la isla, un ritual que ha marcado la vida de locales y visitantes durante casi medio siglo. La propia dirección de Sa Trinxa agradecía estos días el apoyo de su clientela y confirmaba que el local seguirá abierto, pero ya solo con música de fondo, sin sesiones de DJ.

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Por otro lado, las voces que defienden la protección estricta del parque recuerdan que ses Salines es mucho más que un reclamo turístico: es un espacio de biodiversidad única, donde anidan especies amenazadas y subsisten ecosistemas frágiles. “Era hora de hacer cumplir la normativa”, argumentan, convencidos de que la conservación debe primar sobre el negocio.

En medio, muchos residentes y trabajadores del sector turístico observan el debate con preocupación. La tensión entre el modelo de ocio que ha hecho mundialmente famosa a la isla y la necesidad de preservar sus valores naturales es una de las grandes encrucijadas a las que se enfrenta Ibiza en pleno siglo XXI. Lo ocurrido en Sa Trinxa puede ser solo el primer capítulo de una nueva etapa, en la que la convivencia entre turismo y conservación mantiene la tensión entre consensos, límites claros y, probablemente, la reinvención de algunos iconos.

El final de una era… ¿o el inicio de otra?

Mientras el sol sigue cayendo sobre la arena blanca de ses Salines, la pregunta flota en el aire: ¿es este el final definitivo de la música en Sa Trinxa, o solo una pausa en espera de tiempos más flexibles? Lo único cierto es que Ibiza vuelve a colocarse en el centro del debate sobre qué tipo de destino quiere ser, y sobre cómo conciliar el respeto por la naturaleza con la libertad y creatividad que siempre la han definido.

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