Agosto, nueve amigos y una vivienda turística en Cas Mut. La casa, Can Calyssa Villa, reservada a través de Airbnb, ofrecía todo lo que uno espera de un alojamiento de alto nivel: espacios amplios, cuidado en los detalles y una calma que invitaba a desconectar. «La casa era absolutamente preciosa», resume la víctima. La sensación inicial fue de seguridad; nada hacía presagiar lo que ocurriría horas después.
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El plan de estreno era clásico: Pacha, MusicOn y regreso a dormir. Entre la una y las tres de la madrugada, con la villa vacía, alguien accedió al interior y desvalijó varias estancias. Dos integrantes del grupo, que aterrizaron más tarde y fueron directos desde el aeropuerto, encontraron la vivienda ya revuelta. Por la escena y los tiempos, calculan que los autores pudieron permanecer dentro alrededor de veinte minutos. Esa misma madrugada, añaden, también fue robada la casa vecina.
El flanco débil de la alarma y la cámara que no grabó
En la reconstrucción del suceso aparece un punto ciego. Aquella fue la única noche en que el grupo no activó la alarma general de la vivienda. Además, una de las suites del patio trasero no estaba conectada al sistema. Fue precisamente en esa zona donde —según su relato— se concentró la mayor parte del botín: más de 12.000 dólares en objetos de valor. El balance global de pérdidas del grupo roza los 20.000 dólares entre efectivo, joyas y dispositivos electrónicos.
En la entrada principal había instalada una cámara tipo Ring. Cuando solicitaron revisar imágenes, la respuesta fue que el dispositivo no funcionaba. Entre esa videovigilancia inoperativa y la falta de cobertura de la alarma en las suites, la vivienda quedó expuesta en la franja horaria en la que el grupo estaba fuera en un evento multitudinario.
Tras comunicar lo sucedido, acudió un equipo para reparar ventanas y sustituir cerraduras. La intervención fue inmediata, casi en paralelo al inventario de bienes sustraídos y a la preparación de la denuncia. La rapidez con la que se actuó en el inmueble quedó anotada en la cronología de aquella madrugada.

«La única noche que no pusimos la alarma fue la noche que nos robaron (igual que a nuestros vecinos). Ambas villas tenían el mismo dueño y cuando le contamos al dueño lo que pasó, él y el administrador de la propiedad parecían más preocupados por el hecho de que no habíamos puesto la alarma, a pesar de que una de las suites privadas en el patio trasero ni siquiera tenía un sistema de alarma conectado. Ahí es donde robaron más dinero y objetos de valor: más de 12.000 dólares solo de esas suites traseras, con una pérdida total para nuestro grupo de más de 20,000″, relata una de las personas del grupo afectado.
Asimismo agrega: «Lo que nos puso aún más nerviosos fue la rapidez con la que tenía un equipo enorme listo para reparar las ventanas rotas y reemplazar las cerraduras. Casi nos hizo preguntarnos: ¿esto ya ha pasado antes? ¿Por qué estás tan preparado para este escenario exacto? Más tarde descubrimos que habían robado en algunas de sus otras propiedades también. Para mí, eso es una gran señal de alerta: si sabes que están apuntando a tus lugares, ¿por qué no tienes cámaras o mejor seguridad ya instalada?».
Denuncia y relatos coincidentes
Como cuenta la víctima a este medio, la denuncia se formalizó en comisaría. Allí, el grupo coincidió con otros viajeros que describían hechos similares. Una pareja, cuentan, relató que los ladrones les cerraron las cremalleras y se llevaron las maletas completas. Ese cruce de testimonios, escuchado pocas horas después del asalto, reforzó la percepción de que no se trataba de un episodio aislado.
Tras el suceso, intentaron cambiar de alojamiento, pero no lo lograron. La compensación que les ofrecieron no cubría una nueva reserva para nueve personas en plena temporada alta y decidieron terminar la estancia en la misma villa, ya con los cierres cambiados y los cristales arreglados, aunque con el susto y las pérdidas aún presentes.
De regreso a casa, la víctima compartió su experiencia en una red social y empezó a recibir mensajes de personas que aseguran haberse alojado en el mismo inmueble en años anteriores y haber sufrido situaciones muy similares. Ese goteo reavivó su preocupación y la convenció de que merecía la pena detallar lo ocurrido: una franja muy acotada, una vivienda vacía por la salida a una discoteca, una zona trasera sin cobertura de alarma y una cámara de entrada que, precisamente cuando hacía falta, no grabó.
En su reseña (por ahora no publica), la denunciante aclara que pasado el hecho «seguimos sintiéndonos preocupados porque una noche apareció un coche que nos observaba intencionadamente en la entrada de la villa mientras esperábamos un taxi y pasó un mínimo de seis veces. Este estrés constante terminó provocando una estancia muy poco agradable y nos asustó hasta el punto de que incluso nos sentimos inseguros en casa. He adjuntado informes policiales, fotos e incluso conversaciones que muestran el estrés continuo y la falta de apoyo tras lo ocurrido».
Respuestas y silencio oficial
Consultada por este periódico, la empresa que gestiona la villa reconoció que también maneja el anuncio del alojamiento en Airbnb, sin aportar más detalles sobre lo sucedido al cierre de esta edición. La Policía Nacional, por su parte, no ha facilitado por ahora información adicional sobre estos hechos.