REFLEXIONES DE DOMINGO

Te han sacado de tu zona de confort… ¿Y ahora qué?

Ansiedad, estrés, miedo y parálisis emocional. Cuando el entorno cambia sin avisar, nuestro cuerpo y mente reaccionan. Un recorrido íntimo y reflexivo sobre cómo resistir sin certezas, reinventarse en medio del caos y recuperar herramientas que siguen funcionando.

Un joven mira por la ventana y reflexiona
Un joven mira por la ventana y reflexiona

*Por Esteban Gomez, psicoanalista

¿Cómo enfrentar la incertidumbre? Los últimos años impusieron una velocidad y vértigo en nuestras vidas paralas cuales no estábamos preparados. La pandemia, la guerra y las crisis económicas fueron solo alguno de sus ingredientes. Se hacen necesarias, entonces, herramientas para tiempos de crisis en donde algunas seguridades se están evaporando.

A lo largo de los últimos tres millones de años de evolución, nuestro cerebro adquirió nuevas facultades y aptitudes cognitivas que nos permitieron desde bajar de los árboles hasta fundar ciudades. Básicamente, nuestro cerebro se apoyó en dos grandes principios que aún hoy lo rigen: economía energética y homeostasis. Podríamos resumirlo como la ley del ahorro y el mantenimiento del equilibrio fisiológico.

Nos llevaría varias páginas explicar estos principios, pero de forma sintética podemos decir que el cerebro se acostumbra rápido a lo que le sale bien, le dio satisfacción y, si es directo y sin complicaciones, mucho mejor. Desde esta lógica podemos explicar por qué nos cuestan tanto los cambios, la innovación en nuestros pensamientos y acciones, y también todo aquello que llamamos mandatos sociales. Nuestras zonas de confort, aunque sean repetitivas y tóxicas, nos ofrecen seguridad y certeza. Lo resume muy bien el dicho: más vale malo conocido que bueno por conocer.

Incertidumbres a granel

Ahora bien, ¿qué nos ocurre cuando nos sacan a la fuerza de nuestras zonas de confort? ¿Qué sentimos emocionalmente cuando la realidad nos cambia el tablero de juego? La situación global en los últimos años ha hecho que millones de personas atraviesen con más frecuencia periodos de ansiedad, estrés, tristeza y desconcierto, volviendo actuales las enseñanzas de Freud en El malestar en la cultura.

Pertenecer a una sociedad es sentirse incluido en un grupo, ya sea la familia, el trabajo o los amigos. Pero hoy en día, parecemos pertenecer solo si podemos consumir, pagar un piso, vestirnos, tener empleo y vivir conectados a las pantallas. Nos hemos empobrecido subjetiva y simbólicamente al dejar de apoyarnos en el vínculo social, en la palabra, en el encuentro con el otro y en nuestra ancestral capacidad de espera.

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La simple posibilidad de perder nuestras seguridades para habitar este tiempo genera incertidumbre, miedo y sufrimiento. La realidad diseñada en despachos tiene efectos profundos en los cuerpos y mentes de millones de personas. Esos efectos, muchas veces invisibles, perduran más allá de cualquier recuperación futura y deterioran el tejido social e individual que nos sostenía.

Cuerpos que hablan

Frente a estas nuevas realidades pueden aparecer respuestas emocionales y físicas en nuestro cuerpo, todas relacionadas con procesos de adaptación al estrés. La medicina psicosomática y las neurociencias están aportando mucho conocimiento al respecto.

Desde crisis de ansiedad, angustia, dificultades relacionales, respuestas agresivas, alteraciones del sueño, contracturas musculares hasta problemas digestivos, el cuerpo habla… y grita su padecimiento.

Cuando aquello que conocíamos y nos daba seguridad desaparece, aparece el miedo, una de las emociones más potentes del ser humano. El miedo paraliza, nos deja sin herramientas y aumenta la sensación de pérdida de control.

Encerrarse, callarse o desconectarse emocionalmente son las peores salidas posibles. Algunas personas incluso se sienten culpables por no poder adaptarse, y recurren a salidas mágicas: automedicación, alcohol, drogas… Ahogar las penas solo aumenta el daño.

Así comienza un círculo vicioso: crisis – miedo – respuestas inadecuadas – mayor complejidad de la crisis – más miedo…

El ser humano teme perder certezas. Por eso muchas veces está dispuesto a renunciar a su libertad, a su criterio y hasta a su identidad solo por evitar el cambio.

Un kit de viejas herramientas

La palabra sigue siendo una herramienta poderosa. Es vehículo y esencia de lo que sentimos. Hablar alivia, descomprime, permite resignificar lo que nos pasa.

Recurrir a tu pareja, un amigo o un familiar que haya superado crisis parecidas puede ser un punto de apoyo. También abrir un espacio terapéutico. Poner en palabras el malestar es un gesto profundamente humano y sanador. Socializar lo que te pasa te aleja de la omnipotencia y abre el juego a la empatía del otro. Muchas personas pueden tenderte una mano desde su propia experiencia.

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Saber que no estás sola, que no eres el único que atraviesa la incertidumbre, ayuda.

No somos culpables de nada cuando la realidad viene de fuera. Pero sí somos responsables de qué hacemos con eso que nos ocurre. La culpa, si crece, se vuelve peligrosa.

Aceptar que salir de la zona de confort puede ser el comienzo de una creatividad forzada, de una nueva etapa vital. Muchos proyectos, ideas y cambios nacieron en medio del caos. Las crisis enseñan. Y fortalecen.

Por último, entre las herramientas de siempre que siguen funcionando, está la espiritualidad, en cualquiera de sus formas. Nos conecta con lo trascendente, nos devuelve dimensión y profundidad. Y, sobre todo, nos recuerda que no estamos solos, incluso cuando todo alrededor parece desmoronarse.

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