El cáncer colorrectal se ha convertido en uno de los tumores más comunes entre los adultos menores de 50 años. Lo que décadas atrás era una enfermedad típicamente asociada a personas mayores, hoy preocupa cada vez más a la comunidad médica por su incidencia creciente en pacientes jóvenes, muchos sin antecedentes familiares ni factores de riesgo evidentes. ¿Qué está provocando esta tendencia?
Una posible respuesta comienza a perfilarse con mayor nitidez gracias a un estudio internacional recientemente publicado en la revista científica Nature. El trabajo ha identificado una huella genética específica presente en muchos de estos tumores: una firma asociada a la colibactina, una toxina producida por cepas de la bacteria Escherichia coli. Esta toxina, según los científicos, podría haber iniciado el proceso cancerígeno décadas antes del diagnóstico.
Una toxina silenciosa
La colibactina no es nueva para la ciencia. Se sabe que es producida por algunas cepas de E. coli, una bacteria común en el intestino humano. Lo que no se sabía hasta ahora era su posible implicación directa en el desarrollo del cáncer colorrectal de aparición temprana.
Según explica Marcos Díaz-Gay, investigador español del IRB Barcelona y autor principal del estudio, “esta toxina deja una especie de ‘cicatriz’ en el ADN que permanece latente durante años. Es como una bomba de relojería que podría explicar por qué personas jóvenes, en apariencia sanas, desarrollan este tipo de cáncer”.
El equipo analizó 958 tumores de pacientes de 11 países. Encontraron que la firma genética asociada a la colibactina estaba presente en un 12,5 % de los casos en menores de 40 años, frente a solo un 3,5 % en mayores de 70. Esto sugiere que la exposición a la toxina podría estar ocurriendo en etapas muy tempranas de la vida, posiblemente en la infancia.
Una epidemia en marcha
Las cifras son contundentes. En Estados Unidos, según datos de la American Cancer Society, la incidencia del cáncer colorrectal en menores de 50 años se ha duplicado desde el año 2000. En España, el Ministerio de Sanidad también ha reportado un aumento sostenido en los últimos años, especialmente en el grupo de 30 a 45 años.
Pero lo más inquietante es que estos pacientes presentan tumores más agresivos y con peor pronóstico que los de edad avanzada. Al diagnosticarse más tarde, y sin sospechas clínicas, los jóvenes llegan con estadios más avanzados y menos opciones terapéuticas.
“Muchos de estos casos se consideran esporádicos, porque no tienen antecedentes familiares ni mutaciones hereditarias conocidas. Por eso este hallazgo es tan relevante: por primera vez tenemos una explicación biológica plausible”, añade Díaz-Gay en declaraciones a El País.
De la infancia al diagnóstico
La hipótesis de los investigadores es clara: la exposición temprana a colibactina —a través del contacto con cepas de E. coli productoras de esta toxina— deja un daño genético que con el tiempo puede evolucionar hacia el cáncer.
Esta exposición podría ocurrir a través de alimentos contaminados, malas condiciones higiénicas en la infancia o desequilibrios en la microbiota intestinal. No se trata de infecciones clásicas con síntomas agudos, sino de una colonización silenciosa del intestino con consecuencias a largo plazo.
La presencia de estas cepas parece ser más frecuente en algunas regiones del mundo. El estudio encontró una alta concentración de mutaciones asociadas a colibactina en pacientes de Brasil, Colombia, Argentina, Rusia y Tailandia. Esto sugiere que factores ambientales, dietéticos o sanitarios podrían jugar un papel clave.
Un cambio en el enfoque preventivo
Si se confirma esta vía de desarrollo tumoral, se abriría una nueva era en la prevención del cáncer colorrectal. “Estamos hablando de un enfoque ambiental y microbiológico. No es una vacuna o una dieta lo que evitará estos casos, sino probablemente intervenciones sobre la flora intestinal en etapas tempranas de la vida”, apunta Díaz-Gay.
Este planteamiento se alinea con otras investigaciones que en los últimos años han vinculado la salud del microbioma intestinal con múltiples patologías crónicas, desde enfermedades inflamatorias hasta trastornos neurológicos.
Por ahora, los investigadores llaman a la cautela. El hallazgo es importante, pero no implica que todos los cánceres colorrectales precoces tengan este origen. No hay, de momento, forma de saber si una persona ha estado expuesta a colibactina ni cómo eliminar sus efectos, pero se está trabajando en métodos de detección de las firmas genéticas en tejidos aparentemente sanos.
La importancia del cribado precoz
Mientras la ciencia avanza, los médicos insisten en la necesidad de ampliar las campañas de detección precoz a personas menores de 50 años con síntomas persistentes, como sangre en las heces, cambios en el ritmo intestinal o dolor abdominal.
En muchos países, incluida España, el cribado mediante pruebas de sangre oculta en heces comienza a los 50 años. Algunos expertos ya reclaman rebajar esa edad a los 45 o incluso 40 años, tal como ha comenzado a hacerse en Estados Unidos.
Además, se recomienda especial atención a personas con antecedentes familiares, enfermedades inflamatorias intestinales o factores de riesgo como el sedentarismo, la obesidad y la dieta baja en fibra.
Una nueva línea de investigación
El equipo de Díaz-Gay ya trabaja en nuevas fases del estudio para identificar mejor a las cepas de E. coli productoras de colibactina y su comportamiento en el entorno intestinal. También se están analizando muestras de personas sin cáncer pero con factores de riesgo para determinar si las mutaciones podrían usarse como biomarcadores tempranos de alerta.
“El objetivo a largo plazo es tener herramientas para actuar mucho antes de que el tumor se desarrolle”, concluye el investigador.