En Ibiza, comer no es una actividad, es una forma de vida. Una celebración cotidiana que mezcla los sabores de la tierra, la conversación sin prisa y el arte de estar presente. Y hay un lugar donde esa filosofía se materializa con naturalidad y elegancia: Finca La Plaza, un rincón que ha convertido la gastronomía en una experiencia sensorial completa, tejida entre árboles, piedras antiguas y aromas del Mediterráneo.
Ubicado en una antigua casa payesa del siglo XVIII en pleno centro de Santa Gertrudis, este restaurante ha sido transformado con mimo por el grupo Island Hospitality en lo que hoy se considera uno de los templos gastronómicos de la isla. Su historia comienza con el edificio más longevo del pueblo y continúa en un presente que respira sofisticación, hospitalidad y sabor. Un entorno maravilloso, con una decoración suave y delicada, con altísimo estándares de calidad.
Un jardín secreto con alma de Ibiza
Nada más cruzar su entrada, el visitante es recibido por un patio interior frondoso y sereno, un “secret garden” que conserva la esencia de la antigua finca pero la envuelve en exuberancia vegetal, iluminación cuidada y música envolvente. La atmósfera que se respira es cálida, íntima, profundamente ibicenca.
Cada rincón ha sido diseñado para propiciar la desconexión y el disfrute lento. Desde su cocina abierta, donde los comensales pueden observar el proceso de creación, hasta su bodega visible y su arquitectura que invita al silencio, Finca La Plaza es mucho más que un restaurante: es una declaración de amor por la isla.
El producto, protagonista sin artificios
La carta, de unas 25 referencias, cambia con las estaciones y tiene un enfoque claro: destacar el producto por encima de los artificios de cocina. No hay estridencias ni exceso de técnica. Hay equilibrio.
“Una cocina vibrante y sofisticada, que respeta las cualidades de cada ingrediente”, apuntan desde el equipo, que trabaja con ingredientes locales, orgánicos y de temporada.
La dirección culinaria ha convertido la cocina de Finca La Plaza en un laboratorio gastronómico donde se experimenta con técnicas como fermentaciones saladas de cítricos. Entre los platos estrella, destacan el fettuccine Alfredo con trufa rallada al momento, servido en cazuela y finalizado en mesa; el solomillo Wellington “La Finca”, el tartar de atún mediterráneo con limón ibicenco y los esparrágos a la romana con sabayón de trufa. También sobresalen los arroces melosos (de verduras o de carpaccio de gamba), los pescados al carbón como el rodaballo con salsa bilbaína, y las carnes nobles como el corte de Wagyu con salsa de trufa.
Los cócteles de autor, inspirados en la vegetación ibicenca, son el mejor inicio posible para la velada. Y los postres, desde el cremoso de chocolate hasta las fresas con nata ácida y sorbete de albahaca, son un broche dulce que no decepciona.
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El lujo de lo auténtico
Lejos del artificio y de la rigidez de algunos restaurantes gastronómicos, Finca La Plaza apuesta por un lujo relajado, íntimo y auténtico. “Cada visita es recibida con una atención personalizada que crea un ambiente familiar y acogedor”, explican desde Island Hospitality.
No se trata de deslumbrar, sino de emocionar. De volver a lo esencial. De entender que una comida compartida puede ser un ritual precioso, que nos conecta con lo que somos y con el entorno que nos rodea.
La joya del grupo Island Hospitality
El restaurante forma parte del grupo Island Hospitality, nacido en Londres y actualmente volcado en Ibiza, donde gestiona otros espacios como Beachouse Ibiza, Mikasa Ibiza, Massa Coffee, Zuma o el club nocturno Chinois Ibiza. Todos bajo la misma filosofía: crear experiencias memorables con alma local y estándares internacionales.
Finca La Plaza se ha consolidado como la joya de la corona del grupo, no solo por su cocina, sino por su capacidad de representar la Ibiza más auténtica: la que se saborea con calma, entre amigos, bajo un cielo estrellado y rodeado de naranjos.
Un viaje de los sentidos
Cenar en Finca La Plaza es dejarse llevar por la luz cálida de Santa Gertrudis, por la textura del pan rústico con mantequilla cítrica, por los contrastes de la vinagreta de chalota sobre el tomate ibicenco, por el susurro del tomillo y la lavanda en el aire.
Es una experiencia sensorial, pero también emocional. Un lugar donde comer recupera su sentido más profundo: celebrar la vida.
