El teléfono vibra a cualquier hora. No es una urgencia médica ni una alerta de trabajo; es un mensaje con un nombre propio, una foto borrosa y una pregunta que se repite: “¿Sabes algo?”. Francisco José Clemente Martín respira, abre el buzón de Facebook y empieza a tirar del hilo: un contacto a sus fuentes de las administraciones, un audio de un pescador, un vídeo mal grabado desde un muelle, una parte policial que alguien le reenvía con datos incompletos. No es funcionario, no es ONG, ni pretendo serlo. “Lo mío es como una pequeña centralita”, resume. Se trata de una cuenta de Facebook con 357 mil seguidores, la mayor parte argelinos, familiares de inmigrantes que zarparon en alguna patera hacia las costas españolas.
La historia de Francisco (28 años) comenzó en el 2018 en su Almería natal, donde se unió a una ONG que asistía a inmigrantes en el puerto. “Noté que no se les daba información a los familiares que acreditaban su identidad”.
El clic —cuenta— fue el sufrimiento de las familias cuando una patera llevaba días sin rastro. “No podía con esa incertidumbre”. Abrí su página para publicar llegadas y desapariciones; con el tiempo, el buzón se llenó de madres, hermanos, amigos que pedían una señal. “¿Llegaron?”.
La rutina y las fuentes de Francisco
Durante el día, Francisco se dedica a la compra y venta online. Por la noche, cuando los demás apagan, él enciende: contesta mensajes, cruza pistas, comprueba que una matrícula de neumática coincide con otra foto.
La materia prima de su trabajo es frágil y dispersa. Recoge lo que sueltan las administraciones en comunicados, lo que confirman —o no— los cuerpos de seguridad, lo que circula por grupos de vecinos y lo que aportan personas que viven de cara al mar. A veces, la pista clave es una imagen granulada de un móvil viejo; otras, un silencio que se prolonga y se hace demasiado elocuente. “No me entero del 100%”, admite.
Algunos pescadores le escriben al privado cuando ven luces; un guardamuelles comparte la hora exacta de un desembarco que no fue a bombo y platillo.
Entre tanta información, Francisco ha aprendido a blindarse. Cuenta que dejó Twitter por la catarata de mensajes “feos y ofensivos”. Allí donde se informa sobre migración, brotan prejuicios. Él decide no mirar siempre, pero no dejar de hacer.
Una denuncia en su contra
Su nombre pudo leerse hace algunos meses vinculado a migrantes. Pero no por realizar una tarea altruista, sino, en cambio, porque fue señalado como parte de una red que extorsionaba a familias de migrantes fallecidos, ofreciéndoles información sobre los cuerpos a cambio de dinero.
En concreto, Francisco fue una de las personas que declaró en una investigación, aún abierta, que apuntaba al Centro Internacional para la Identificación de Migrantes Desaparecidos (CIPMID). Esta ONG estaba abocada a trabajar con familiares de desaparecidos y se la acusaba de que extorsionaba a dichas familias. La ONG dejó de trabajar luego de negar las acusaciones.
Según Francisco, las denuncias eran falsas. Señala que, en realidad, las acusaciones surgieron en el seno de las administraciones y por culpa de no trabajar en red.
“Cuando la Guardia Civil mandaba las fotografías de la ropa de los fallecidos, lo mandaba a la ONG, la ONG la distribuía a sus colaboradores, familia y tal, para buscar a las familias, se les mandaba los datos y luego se esperaba la identificación y el juez autorizaba la funeraria correspondiente, normalmente el consulado”, cuenta. Y añade “ciertos cuarteles de la Guardia Civil desconocían qué otros cuarteles mandaban fotografías, con lo cual se pensó que las fotografías circulaban en forma ilegal. Se armó un follón muy gordo. La Guardia Civil de toda España ha mandado fotografías de prendas de fallecidos. Pero justamente gracias a eso se permitió identificar a 200 personas desaparecidas”.
Entre la impotencia y la alegría
Francisco no piensa volver a trabajar para una ONG. Reconoce el valor de una estructura, pero la burocracia le pesa. “Las familias quieren la respuesta para ya”, dice, y en su lógica independiente encuentra una velocidad que no ve en los cauces oficiales. De momento, prefiere seguir a su ritmo, con sus reglas, con su criterio de prudencia y sus límites, que son evidentes: el idioma (no habla ni inglés, ni francés), la distancia, el hecho de que muchas veces solo pueda orientar, señalar un número, una oficina, un procedimiento.
Así, este informante de pateras a inmigrantes que llegan a toda España admite que muchas veces sufre impotencia por no poder hacer más. Y, en ocasiones, dice que su mente sufre por dar malas noticias.
Eso sí, su tarea, en varias ocasiones, lo llena de satisfacción. Es cuando recibe algún mensaje de agradecimiento de algún padre o madre que se entera de que su hijo está vivo. “Cuando te enteras y puedes publicar y decirle a esa familia: ‘Oye, mira, tu hijo ha llegado, está vivo, está bien. Y si encima consigas alguna fotografía, pues mira, esa familia llora de la emoción. Eso llena por dentro”.
Cuando la última notificación del día se apague, Clemente cerrará el chat con el mismo gesto de siempre: una mezcla extraña de dolor y de satisfacción. Mañana volverán a llegar nombres, fotos borrosas y preguntas. Y él volverá a hacer lo que se propuso desde hace siete años: contestar, si puede, sin prometer más de lo que sabe, con la seriedad de quien entiende que del otro lado no hay un “caso”, hay una familia.