El mundo de la ilustración y el arte urbano llora la pérdida de Amaia Arrazola, una de las creadoras más reconocidas y queridas del panorama español contemporáneo. La ilustradora vitoriana, autora de obras como Wabi Sabi o Totoro y yo, ha fallecido este miércoles en Barcelona a los 41 años, según han confirmado a Efe fuentes cercanas a la artista visual.
Nacida en Vitoria en 1984, Arrazola fue mucho más que una ilustradora: su obra exploró la belleza en lo cotidiano, la identidad colectiva y el poder del arte como herramienta de transformación. Su trayectoria, marcada por una constante inquietud creativa, la llevó a colaborar con marcas internacionales, instituciones culturales y proyectos urbanos que hoy quedan como legado de su talento y sensibilidad.
De la publicidad al arte libre
Amaia Arrazola estudió Publicidad y Relaciones Públicas en la Universidad Complutense de Madrid, una formación que la llevó a trabajar inicialmente como directora de arte en el sector publicitario. Sin embargo, su verdadera vocación siempre estuvo ligada al dibujo y la narrativa visual.
En 2010, decidió dar un giro a su carrera y se trasladó a Barcelona, donde comenzó su andadura como ilustradora freelance. Desde entonces, su trabajo se expandió por múltiples ámbitos: colaboró con marcas como Nike y Uniqlo, y también realizó proyectos para instituciones como la Universidad de Barcelona, el Ayuntamiento de la ciudad y la Diputación Foral de Vizcaya.
Su estilo, reconocible por su colorido, su trazo amable y su mirada poética, le permitió romper barreras entre la ilustración comercial y el arte urbano, consolidándose como una de las figuras más versátiles de su generación.
‘Wabi Sabi’: el punto de inflexión en su carrera
El gran salto en su trayectoria llegó en 2018, con la publicación de Wabi Sabi (Lunwerg Editores), una obra que marcó un antes y un después en su carrera.
El libro nació tras una beca artística en Paradise Air, en Matsudo (Japón), donde la artista vivió una experiencia que cambió su forma de entender el arte y la vida. Inspirada en la filosofía japonesa que celebra la imperfección y la belleza efímera, Arrazola plasmó en sus páginas una reflexión íntima sobre el paso del tiempo, la fragilidad y la aceptación.
El éxito de Wabi Sabi la consolidó como una voz singular dentro del panorama ilustrado español, y la acercó a un público más amplio, sensible a su combinación de introspección y estética visual.
La conexión con el universo de Miyazaki
En 2022, Amaia Arrazola volvió a sorprender con Totoro y yo, también publicado por Lunwerg. En este trabajo, la artista rindió homenaje al cineasta japonés Hayao Miyazaki y al universo del Studio Ghibli, que había influido profundamente en su imaginario artístico.
Con este libro, Arrazola exploró la nostalgia, la conexión con la naturaleza y la ternura como forma de resistencia frente al ruido del mundo moderno. Su acercamiento a la cultura japonesa no fue un simple homenaje, sino una muestra más de su curiosidad constante y su capacidad para absorber influencias diversas sin perder su identidad.
Arte urbano con alma: los murales que dejaron huella
Además de su trabajo editorial, Amaia Arrazola destacó como autora de grandes murales en espacios públicos, una faceta que la convirtió en un referente del arte urbano con enfoque social y humano.
En diciembre de 2023, presentó uno de sus trabajos más celebrados: un mural en el distrito de Gràcia (Barcelona), en la valla perimetral del Mercado de la Abacería, donde residía. Su objetivo, explicó entonces, era “reflejar la identidad de Gràcia y embellecer el entorno de las obras para generar expectativa e ilusión entre los vecinos de cara al retorno del mercado”.
En 2024, colaboró con Cirque du Soleil creando un mural para el espectáculo Alegría, mientras que en 2023 ganó el concurso del programa Compartiendo Muros del Ayuntamiento de Madrid con su proyecto Contra el olvido.
Esta última obra, prevista para la fachada de la Biblioteca Pública del Pozo del Tío Raimundo, en Vallecas, rendía homenaje a Las Sinsombrero, un grupo de mujeres —poetas, pintoras, filósofas y escritoras— que en los años veinte desafiaron los roles de género y reclamaron su espacio en la historia del arte.
“Quise recordar a esas mujeres que caminaron sin sombrero para poder mirar el mundo de frente. Porque el arte también es memoria”, explicó en una de sus entrevistas.
Una mirada femenina y valiente
La obra de Amaia Arrazola siempre estuvo atravesada por una mirada feminista y vitalista, que celebraba la belleza imperfecta y el valor de las emociones. En títulos como El meteorito o Buenas noches, Simón, supo conectar con públicos de todas las edades desde una sinceridad desarmante.
Sus trabajos para la colección infantil Pequeña & Grande (en la que ilustró la biografía de Audrey Hepburn) también destacaron por su capacidad para transmitir referentes inspiradores a las nuevas generaciones, especialmente a las niñas.
Su voz artística, cercana y profundamente humana, se convirtió en símbolo de una nueva generación de creadoras que reivindican la sensibilidad como fuerza transformadora.








